Un triunfo electoral con empate político, por Enrique Bernales
Un triunfo electoral con empate político, por Enrique Bernales
Enrique Bernales

Aun cuando el JNE no anuncia el resultado final de las elecciones del 5 de junio, el triunfo ha correspondido a Pedro Pablo Kuczynski por un margen de apenas décimas sobre Keiko Fujimori. Esta diferencia porcentual tan pequeña, así como otros elementos del juego político, me llevan a pensar que coexisten en este difícil proceso un ganador electoral acompañado de un empate político entre Peruanos por el Kambio (PPK) y Fuerza Popular (FP). 

La figura del empate político pareciera sugerir que estamos frente a la posibilidad de un cogobierno democrático entre dos fuerzas que, pese a compartir el mismo espacio de ubicación política, presentan marcadas diferencias en el estilo, la concepción y el modo de organizarse. Sin embargo, el empate al que me refiero tiene en primer lugar que mientras los electores han designado a PPK para que gobierne, a FP le han otorgado una presencia parlamentaria que le permite tener mayoría absoluta en ese otro órgano político de la democracia que es el Parlamento.

En segundo lugar, es un empate porque la distribución de las preferencias electorales ha configurado dos zonas de color diferente, pero con similares volúmenes de votación. En efecto, mientras FP domina todo el norte del país, desde Lima provincias hasta Tumbes y Amazonas, excepto Cajamarca, PPK se hace con todo el sur, salvo Ica y Ayacucho. El voto se reparte por igual en el centro con ligero predominio de FP y Lima reparte casi por igual sus preferencias entre las dos organizaciones políticas. Fenómeno similar se registra en el oriente. Esta distribución electoral es uno de los principales indicadores de un empate que tiene importantes repercusiones para la gobernabilidad del país.

Esto nos lleva al tercer elemento del empate, que es el equilibrio entre ambas fuerzas que las obliga necesariamente a registrar coincidencias y buscar acuerdos posibles. Si ello no se produce, el empate se rompería. Pero no a favor de PPK o de FP, sino de un tercero en discordia que está a la espera de dificultades en la estabilidad política para agudizar las contradicciones y elaborar propuestas radicales ante el fracaso de las dos fuerzas principales, para darle al país márgenes razonables de gobernabilidad. 

Ese tercero especularía, entonces, con un crecimiento exponencial de éxitos electorales en los próximos cinco años. Me refiero al Frente Amplio, que ha señalado tempranamente que su lealtad a PPK acababa en el voto porque al día siguiente encabezaría la oposición. Como es sabido, esta oposición no puede ser otra que la que nace del programa de gobierno ofrecido por PPK, que en diversos asuntos requerirá de la conformidad parlamentaria de FP, pues si lo pone en ejecución, tendría que ser con el apoyo de esta bancada y, en ese contexto, se produciría un previsible enojo del Frente Amplio. 

Cierto es que al inicio no será fácil que PPK y FP lleguen a acuerdos que garanticen la gobernabilidad del país, pero confiamos en que actúen con responsabilidad y realismo político, tan necesarios para reconocer errores, agravios y dar explicaciones que dejen a salvo la dignidad de las personas y de los colectivos. Es ley de la política que ella no da derecho a las ofensas y que no es aceptable mantener epítetos que enturbien el presente y condicionen el futuro.

Estoy seguro de que la experiencia y el talante democrático de Pedro Pablo Kuczynski le facilitarán hallar la fórmula que lleve a los acuerdos de estabilidad y gobernabilidad. Por su lado, Keiko Fujimori podrá mostrar generosidad y capacidad para el liderazgo democrático. Los consensos, aunque sean parciales, ayudan a crecer y resolver problemas. La confrontación, por el contrario, los agudiza. Pero el país lo que necesita es soluciones y no problemas alimentados por antis, resentimientos y rencores.