“En la PUCP el espíritu de la casa vive en las personas, en los alumnos que siempre seremos, en quienes administran, proveen, atienden, cuidan y limpian, y en los que enseñan”. (Foto: PUCP).
“En la PUCP el espíritu de la casa vive en las personas, en los alumnos que siempre seremos, en quienes administran, proveen, atienden, cuidan y limpian, y en los que enseñan”. (Foto: PUCP).

El colegio haba terminado y se iniciaba una etapa extraa, que no tiene nombre claro en la sociedad. Esa etapa de no ser escolar y no haber ingresado a una universidad, instituto o no tener trabajo. A mediados de los ochenta, la universidad apareca como un callejn sin salida con un rito de pasaje cruento llamado examen de admisin cuyo paso era celebrado tribalmente con apanado, abrazos y, en el caso de los hombres, el corte al rape que nos definira por buen tiempo como cachimbos.

Los primeros das eran desconcertantes. Por ms de una dcada habamos estado sometidos a una disciplina escolar fuerte en el colegio con un uniforme que era todava gris, con formaciones y eventos escolares muy militarizados, con estricto control de asistencia y silencio en el aula. La universidad pareca un espacio mucho ms libre. ramos chicos y chicas conversando en patios, pasillos y jardines. Las clases eran mucho ms exigentes y tenamos que leer permanentemente, haciendo colas en la biblioteca apoyados por formidables bibliotecarios. A travs de los textos conversbamos con Platn, Saussure, Bloch y, al mismo tiempo y lpiz en mano, enfrentbamos las matemticas que obligaban a ser sistemtico y estudiar cada da.

Igual que ahora, en aquel entonces se realizaban actividades culturales los jueves y, felizmente, el concepto de cultura era amplio y combinaba teatro, cine, conferencias, folclor, poesa y el siempre querido rock. El rock era ms que msica para nosotros y permtanme explicarlo.

Aquellos aos ochenta eran muy raros. Los que ingresbamos en esa etapa habamos nacido en un rgimen militar que haba dado la espalda a las revoluciones juveniles de finales de los sesenta. Una parte importante de la historia de occidente nos fue anulada, las revoluciones del Pars de 1968 buscaban democratizar la educacin superior y el desbordante concierto de Woodstock de 1969 en Nueva York no haca sino coronar un proceso de afirmacin de una nueva identidad, enarbolada por la protesta, el rock y los hippies. Con todos sus defectos, estos movimientos juveniles simpatizaban con formas de vidas alternativas, el pacifismo y el cuestionamiento a todo. El mundo cambiara para siempre.

En el Per estos procesos juveniles no pudieron curtirse y las dictaduras privilegiaron la imagen de nacionalismo y la obediencia castrense. Una vez retomada la democracia, tambin se inici la historia de la violencia poltica que tantas vidas cost y afect directamente a los universitarios. No hubo tregua.

Creo que con todo ese fragor, en el contexto de los cambios internos en el pas, es a la mitad de la dcada de los ochenta que se dio una pequea, tarda y fragmentada revolucin juvenil para una buena parte de la poblacin urbana guiada por la msica y el baile. La cumbia peruana daba paso en muchas radios al rock latinoamericano y espaol, impactando en muchos grupos locales que gritaban en voz alta nuestras emociones cotidianas. Entonces junto a la protesta poltica entraban tambin las historias de las frustraciones, el amor no correspondido, el miedo al futuro, todo a ritmo de pop. En otras partes de Lima haba conciertos de rock subterrneo que se anunciaban en psteres omnipresentes en la entrada de la universidad, circulaban los fanzines y el descontento con el sistema se dejaba sentir a travs de las guitarras. Y s que necesitbamos del rock.

Estudibamos muchas veces a luz de velas por los apagones. Los fines de semana asistamos a fiestas que se prolongaban hasta que terminaran los toques de queda o si no los padres eran testigos de ver a los amigos de sus hijos desparramados en los sofs y el piso. Gustbamos de enamorarnos, descuidbamos los estudios, aprendamos (o intentbamos) llevar el amor y los estudios al mismo tiempo como impulso. Era un mundo de amores platnicos, relaciones ambiguas pero significativas, decepciones o soledades que se daban espacio mientras hacamos cola por el men, participbamos en protestas o estudibamos para las prcticas.

Salamos con pancartas, inventbamos arengas, marchbamos en grupo (pues siempre hemos tenido buenos motivos de protesta y para una buena organizacin estudiantil). A los de la PUCP en las marchas y en muchas otras ocasiones nos acusaban de caviares, pitucos, poseros, elitistas. Siempre pens que estas clasificaciones eran injustas pero nos abran los ojos ante nuestras limitaciones y el deber y necesidad de crecer hacia la sociedad y con ella.

Y hemos crecido, s. Nos hemos integrado ms (felizmente) y veo con sorpresa que parte de este crecimiento se ha dado hacia un mundo virtual. Mientras escribo este texto, pienso en los alumnos hoy prendidos de celulares y computadoras porttiles sincronizando sus movimientos grupales.

Esto me lleva a pensar en el impacto de la tecnologa para el cambio en la cultura humana. En su momento lo hizo la rueda, la lanza, el automvil o el gran telar mecnico de la Revolucin Industrial del siglo XIX. Nosotros vimos el trnsito de manera interesante. Primero muchos usbamos mquina de escribir. Los nios de hoy estaran sorprendidos de ver que mientras escribamos el texto iba imprimindose en ese mismo momento. Claro, los errores se pagaban caro y a veces uno terminaba rodeado de hojas fallidas siempre en solitarias madrugadas. Tal vez tanto desorden se deba a nuestra procrastinacin, que era un equivalente a soar despierto, algo propio de quienes estudibamos sin saber lo que el pas nos deparara. En la Catlica, de forma a veces dura, aprendamos que la imaginacin exista para dirigir a la accin y no para reemplazarla.

Otra cosa que aprend en la Catlica es que el espritu de la casa vive en las personas, en los alumnos que siempre seremos, en quienes administran, proveen, atienden, cuidan y limpian, y en los que ensean. Una tribu de compaeros de equipo, con quienes somos cmplices, discrepamos, conciliamos y convivimos. Tambin forman parte de este espritu aquellos que dejaron de manera voluntaria o involuntaria la universidad y a quienes seguimos adorando. Y por supuesto, viven en nuestro espritu quienes se nos adelantaron en el cielo pero que siempre estn con nosotros. Mejor no lo pudo decir nuestro recordado maestro Luis Jaime Cisneros cuando la universidad lo distingui como profesor emrito: Y les confieso en secreto: No me voy de la PUCP. En todas las esquinas estoy. Desde todas ellas observo, aplaudo y protesto.

Gracias a mis maestros, compaeros, amigos y alumnos (es decir, gracias a la PUCP) s que la universidad no es el nico camino, ni debe seguir siendo un callejn sin salida. Hoy en da hay ms caminos y alternativas que los jvenes pueden seguir. Como nos ense nuestro entraable maestro Jos Antonio del Busto, el ttulo universitario no nos haca ni mejores ni peores personas, solo era una herramienta que deba orientarse al servicio de la sociedad.

Querida Pontificia Universidad Catlica del Per, justo cumples cien aos cuando estamos pasando por un momento difcil en nuestra historia. Bueno, fuiste fundada cuando el mundo atravesaba la Primera Guerra Mundial y comenzaba la Revolucin Rusa. Te gusta ensearnos que los cambios y desafos son oportunidades para unirnos y sacar lo mejor de nosotros. Un abrazo de oso para ti, mi querida alma mter.