“Lo cierto es que el actual gobernante venezolano tiene más de pasado que de presente”. (Ilustración: Giovanni Tazza)
“Lo cierto es que el actual gobernante venezolano tiene más de pasado que de presente”. (Ilustración: Giovanni Tazza)
Hugo Coya

Pueden parecer interrogantes simples, casi ingenuas. No obstante, son las que se me vienen a la cabeza a raíz de la nueva investidura de y su pretensión de ‘gobernar’ hasta el 2025: ¿cuán egoísta se puede ser y cuán desmedidas tus ambiciones para no reconocer el terrible sufrimiento que le ocasionas a tu propio pueblo con las acciones que emprendes?

Sabido es que el poder, con frecuencia, obnubila. Que, muchas veces, atrae incondicionales que se aúpan a tu alrededor y pretenden colocarte árboles en frente para que no puedas ver el bosque completo mientras ellos se enriquecen o benefician de tu ilusión óptica, de tu ceguera.

También que te pueden eludir hasta inducirte a creer que aquellos que te aplauden son mayoría o –pensando bien– que tus colaboradores más cercanos lograron ser tan eficaces como convincentes en el arte de la persuasión, a tal punto que pienses que la tuya es la única verdad. Que las críticas de los demás constituyen burdas mentiras.

Pero existen límites, incluso, para la sinrazón, para la obsecuencia, para la estupidez humana. Tal como afirmaba el extinto sociólogo estadounidense Daniel Moynihan, todos tenemos derecho a tener nuestra propia opinión, pero no a tener nuestros propios hechos porque nos colocamos al margen de la realidad, acercándonos a la locura.

Y la realidad y los hechos resultan abrumadores en el caso de Venezuela. A estas alturas, la perorata de la conjura internacional o de la violación de la soberanía ya no sirven para justificar el descalabro al que Maduro y el régimen chavista han conducido a ese país. Ni siquiera apelar a las diatribas, las frases mesiánicas, el supuesto renacimiento del mundo bipolar, las justificaciones ideológicas, el argumento del poderoso que persigue al débil.

Negarse a escuchar los reclamos de la enorme legión –a todas luces mayoritaria– formada por opositores, jerarcas de la Iglesia Católica, del chavismo disidente, de las organizaciones civiles, sindicatos, del movimiento estudiantil, que te exhortan a abandonar el poder.

Pretender que la comunidad internacional acepte y admita que ganaste limpiamente las elecciones con casi el 70% de los votos sin la participación de la mitad de la población y de una oposición que se inhibió, denunciando fraude, porque hasta las autoridades electorales no ocultaban su apoyo desembozado a tu régimen mientras se mantenía a varios rivales sometidos a represión, tortura, persecución y encarcelamiento.

Que amenaces con “las más urgentes y crudas medidas diplomáticas” cuando la mayoría de los países que conforman el llamado te insta a no iniciar un nuevo mandato porque contraviene los más elementales principios democráticos.

Que intentes ignorar que varios países no te reconocen ni te reconocerán como gobierno legítimo, entre ellos Estados Unidos, Canadá, la Unión Europea y 12 países latinoamericanos. Que el Gobierno Peruano –en línea con otros de la región– prohíba tu ingreso y el de otras 92 personas ligadas a tu administración a nuestro territorio. Que, además, conozcas –a ciencia cierta– que aplicarán sanciones a tu régimen que, a la larga, caerán como otra pesada cruz sobre tus gobernados, aumentando sus pesares que, a la sazón, son enormes por tus desaciertos.

Que te veas obligado a juramentar ante el Tribunal Supremo de Justicia y no frente al Congreso –como establece en primera instancia el artículo 231 de la propia Constitución que tu régimen impulsó y promulgó– porque está controlado por quienes no quieren que sigas en la carrera suicida que has emprendido. Que esto provoque que el parlamentario Diosdado Cabello se vea obligado a pretender intimidar con la advertencia de “medidas radicales” contra la “sedición y golpe abierto de la Asamblea Nacional” por su renuncia a seguir tus designios.

Sostener que estás en el lado correcto de la historia cuando solo el año pasado el manejo económico condujo a que el PBI retrocediera nada menos que 18% y una hiperinflación de casi 1’700,000%. Y que, con cierto optimismo irónico, se espere que el 2019 el decrecimiento sea de apenas -8% al tiempo que la inflación estimada para este año sería de 10’000.000%.

Que cual personaje del medioevo que rechazaba las evidencias de que la Tierra es redonda o que gira alrededor del Sol, atreverte a desestimar que alrededor de tres millones de tus compatriotas han tenido que abandonar el país para huir de la miseria, ya que dejaron de vislumbrar una luz de esperanza en eso que denominamos comúnmente futuro.

Se podría pensar que Maduro es la consecuencia lógica de esta época actual donde el populismo crece en el mundo cada día, donde proliferan las noticias falsas, donde las redes sociales permiten darles voz a todos, incluyendo a quienes solo quieren escucharse a sí mismos o aquellos que buscan rodearse de sus similares para ratificar sus propios miedos, sus propios fantasmas, sus propios fanatismos.

Pero lo cierto es que el actual gobernante venezolano tiene más de pasado que de presente. La historia está repleta de sátrapas como él que escalaron a la cima, que se sintieron omnipotentes al alcanzar la cúspide, que cometieron numerosas tropelías, que cerraron los ojos para dejar de ver por el espejo retrovisor de la historia y acabaron sus días, tarde o temprano, de forma tan penosa como dramática.

La única duda que podemos tener es en cuánto tiempo ocurrirá lo inevitable y de qué manera el sufrido pueblo venezolano podrá recuperarse de los aciagos momentos que viene padeciendo. Esperemos que la agonía no se prolongue demasiado y podamos ver pronto una Venezuela libre y democrática.