Editorial: Yo no soy como esos
Editorial: Yo no soy como esos
Redacción EC

Las coimas pagadas por Odebrecht en nuestro país en los últimos lustros han puesto a los tres gobiernos anteriores al actual bajo la lupa. Según confesión de los representantes de la referida empresa, funcionarios de esas tres gestiones fueron sobornados para obtener la buena pro en licitaciones de obras millonarias y lo que falta establecer ahora es qué tanto escaló la corrupción en la estructura del poder en cada caso.

Al asunto de las licitaciones, además, hay que añadirle las eventuales contribuciones de esa y otras constructoras brasileñas a las campañas de los candidatos que luego se convirtieron en mandatarios, porque pueden entenderse como la retribución anticipada de los favorecimientos que más tarde habrían de recibir.

El modus operandi de Odebrecht en otros lugares y el nivel de influencia que se necesitó en tales administraciones para concederle a esa empresa las ventajas que buscaba han determinado, por otro lado, que las suspicacias generales alcancen a la cabeza del Ejecutivo; y, en ese sentido, los tres últimos presidentes de la República son vistos en estos días por un sector de la opinión pública como posibles integrantes de una misma categoría. Los únicos que no parecen percibir la similitud, desde luego, son ellos mismos.

Los ex jefes de Estado, en efecto, están dispuestos a detectar los indicios que hacen merecedores de una investigación a sus pares, pero no a admitir lo que tienen en común con ellos. “No me metan en la pandilla de los ex presidentes”, ha dicho recientemente Alan García. A lo que Ollanta Humala ha respondido: “No pertenezco al club de presidentes prófugos”. Y algunos días antes, Alejandro Toledo ya había escrito: “Nunca me he fugado de nada. Cuando salí del Perú, no había cargos de Odebrecht en mi contra pero me llaman ‘fugitivo’”.

Las palabras de cada uno de ellos, sin embargo, no tienen más peso que el de una fórmula retórica del tipo “yo no soy como esos”, que pretende presentar un orgullo indignado antes que describir una realidad.

El antiguo líder de la chacana, por ejemplo, es en verdad un fugitivo desde el momento en que no se presentó ante la fiscalía al haber sido requerido. Y el rastro dejado por la coima de Odebrecht en las cuentas de su amigo Josef Maiman, que luego proveyeron el dinero para las operaciones inmobiliarias de Ecoteva, debería invitarlo, ya que no al allanamiento ante la justicia, por lo menos a un prudente silencio.

García, por su parte, pretende que nadie se extrañe de que los manejos delictivos, en el caso de la concesión de las obras de la línea 1 del metro de Lima, se hayan producido solo al nivel del Viceministerio de Comunicaciones, o se pregunte por la cercanía que podría haber tenido con Jorge Cuba –el funcionario sobornado– desde mucho tiempo atrás. “Me da ganas de pedir perdón a la patria por haber sido ignorante y no haber escrutado el alma de esa gente”, dice ahora el mismo líder que años atrás sentenció: “En política no hay que ser ingenuos”.

Humala, finalmente, carga a cuestas la responsabilidad del proyecto del gasoducto del sur, el más caro de nuestra historia, cuya curiosa aprobación se produjo sin que la rentabilidad de la obra hubiese sido demostrada. Y enfrenta, junto a su esposa, serias denuncias que tienen que ver con los financiamientos de las campañas de los que hablábamos antes y que surgen de las anotaciones en las agendas de esta última. Permanecer en el país para ellos no es, en esa medida, un antojo o una opción libérrima (como parecería desprenderse de lo dicho ayer por el ex presidente), sino una exigencia de la justicia.

Con todo esto no estamos diciendo, por cierto, que los tres ex presidentes sean culpables de las irregularidades que se produjeron bajo sus gobiernos; o, lo que es igual, que no deban gozar del derecho a la presunción de inocencia que asiste a todo ciudadano. Sino, simplemente, que existen elementos suficientes para que se los investigue y que ni su indignación ni su afán de diferenciación se justifican.