(Foto: Anthony Niño de Guzmán)
(Foto: Anthony Niño de Guzmán)
Editorial El Comercio

“Nosotros somos un gobierno que ni bancada tenemos”, declaró el presidente del Consejo de Ministros, César Villanueva, el jueves pasado. Y como si se hubiesen apresurado a prestarle visos de verosimilitud a la frase, en menos de cuatro días, tres integrantes del grupo parlamentario oficialista –Guido Lombardi, Salvador Heresi y Patricia Donayre– decidieron dejarlo.

Las razones específicas de tales retiros pueden ser distintas, e incluso contrapuestas, pero el síntoma es el mismo: una bancada de gobierno que se va quedando sin miembros (con los de estos días, ya suman ocho los representantes que ha perdido el equipo legislativo ppkausa) a solo dos años y medio de haberse iniciado la administración.

Por expulsión, discrepancia con la concesión del indulto a Alberto Fujimori o, supuesta incompatibilidad de principios, en efecto, ya antes habían dejado de pertenecer a la hueste oficialista los congresistas Roberto Vieira, Alberto de Belaunde, Gino Costa, Vicente Zeballos y Pedro Olaechea. En el camino, la bancada ganó temporalmente la adhesión de la parlamentaria Donayre; pero, con todo, se ha reducido en un tercio.

El fenómeno, por supuesto, no es nuevo ni exclusivo de Peruanos por el Kambio (PpK). El humalismo, por ejemplo, empezó su gobierno con un equipo parlamentario de 47 y lo terminó con 26. Y si se observa lo que ha pasado con el contingente fujimorista en el Legislativo desde que comenzó este gobierno (de los 73 miembros iniciales, hoy solo conserva 61) se puede comprobar fácilmente lo generalizado del problema que nos ocupa.

Lo curioso de este caso, sin embargo, es el hecho de que, mientras otras opciones políticas han sufrido bajas conforme iban perdiendo popularidad, aquí el desbande está ocurriendo en un contexto en el que la aprobación del presidente Vizcarra se mantiene alta. Se pensaría que, en un momento así, los congresistas oficialistas consideren ventajoso permanecer en ese rol… salvo que perciban que su continuación en la bancada les perjudique, quizá por futuras indagaciones a las que podría ser sometido su partido.

Pero además, una pregunta fundamental que cabe plantear es si lo que estamos viendo hoy –y hemos visto tantas veces antes– no era previsible desde el principio. O, en otras palabras, si no hay en el modo habitual de armar las listas parlamentarias de algunas organizaciones partidarias un ingrediente que las condene a la disgregación en el corto o mediano plazo.

Y en nuestra opinión, la respuesta es sí. Un enrolamiento de candidatos al Congreso que privilegie el aporte financiero, la popularidad del eventual postulante por razones ajenas a la política (es decir, las figuras del deporte o del mundo del espectáculo) o su cercanía al líder o lideresa de un movimiento surgido poco más que como una aspiración presidencial tiene altísimas probabilidades de producir un resultado como el que estamos observando.

¿Fue ese el caso de PpK? Nuevamente, se diría que sí. No hubo, por ejemplo, mayor cohesión programática o de visión del país entre quienes fueron incorporados a la lista congresal. Fueron más bien gente proveniente de otras aventuras políticas y allegados a Pedro Pablo Kuczynski los que obtuvieron plaza en ella. Y la propuesta electoral fue tan personalista, que hasta se cambió el nombre del partido –Perú Más– por otro que permitiera que las siglas calzasen con las del nombre del postulante presidencial.

Tras su forzada renuncia a la jefatura del Estado, ¿qué cosa podía pasar con toda esa estructura labrada a su imagen y semejanza? Pues, lo que estamos viendo.

El desmembramiento de la bancada oficialista, en realidad, era una diáspora prometida. Y lo mismo cabe decir de lo sucedido con todos los otros proyectos que están corriendo o han corrido una suerte similar.

De ser aprobada, además, la no reelección parlamentaria agravará este problema, pues al interceptar la posibilidad de carreras congresales sostenidas, favorecerá los reclutamientos de postulantes de estreno y sin historia partidaria que permita anticipar su desempeño y su compromiso durante su eventual gestión legislativa.

En lugar de proceder a las recriminaciones amargas de ocasión, entonces, electores y elegidos deberíamos aprovechar la crisis de disgregamientos de la que estamos siendo testigos por enésima vez para pensar en lo que hace falta hacer para curarnos en salud de este tipo de proyectos que acaban con las bancadas diezmadas y prácticamente sin nadie a quien reclamarle cuando una insatisfactoria experiencia de gobierno termina.