Editorial: Golpe avisa
Editorial: Golpe avisa

Fuerza Popular y su candidata presidencial, Keiko Fujimori, proponen al electorado una especie de fujimorismo sin Fujimori. Han logrado avanzar en las preferencias electorales, a pesar de los muy graves cuestionamientos que se pueden hacer a la gestión del ex presidente presidiario Alberto Fujimori.

Para lograr ser presidente del Perú, la hija del ex mandatario ofrece un régimen distante de los métodos más reprochables del gobierno de su padre. Esos métodos incluyeron el quiebre del orden democrático y las instituciones, corrupción, compra de conciencias, escaños y medios de comunicación, asesinato de personas. 

Para llegar a su objetivo, la candidata tiene que vencer la idea de que un gobierno con el mismo signo ideológico, el mismo signo familiar y varios personajes del pasado podría caer en las mismas tentaciones. 

Por eso la candidata y los dirigentes del fujimorismo han hecho mea culpa de los errores del gobierno de Alberto Fujimori. En el tema de los delitos y, en particular, el resquebrajamiento del orden constitucional y democrático, los fujimoristas, sin embargo, no son tan contundentes.

Esta falta de consistencia sobre asuntos esenciales del pasado podría contener las aspiraciones futuras de Fuerza Popular. Un ejemplo clamoroso ha sido la declaración de hace dos días del general en retiro Marco Miyashiro, candidato y dirigente de la agrupación, al justificar el cierre del Congreso por parte de Fujimori por tratarse de una “necesidad del momento”. Y cuando se le planteó si una situación apremiante futura justificaría entonces una medida similar, antes que descartarla de plano, respondió que esta [la situación] “no se debe volver a repetir”. Esto es el equivalente a no hacerse responsable por las reacciones que uno controla sino por las acciones que no. 

La declaración de Miyashiro no fue la única en tal sentido del nuevo fujimorismo. Hace un mes, el autogolpe “era lo que tenía que hacer” Fujimori, para la también candidata parlamentaria Alejandra Aramayo. Por eso, aun cuando el postulante a la vicepresidencia José Chlimper corrigió estos impulsos reacios y recordó la posición oficial del partido de calificar el autogolpe como un evento que “no debió ocurrir” y que en un gobierno de Keiko “de ninguna manera va a ocurrir” –incluso, la candidata de Fuerza Popular había respondido en una entrevista de enero a este Diario que ella no lo hubiera dado–, la correción suena más ensayada que interiorizada.

En efecto, la respuesta entrenada de varios dirigentes del fujimorismo es que se trató de circunstancias extremas, que no se repetirían nunca en el Perú. Se trata de una respuesta, en sí misma, justificatoria y banalizadora de lo que sucedió esa noche del domingo 5 de abril de 1992.

Ningún político democrático, respetuoso del Estado de derecho puede aceptar, bajo ningún punto de vista, la necesidad de cerrar el Congreso, intervenir el Poder Judicial y destituir magistrados del Tribunal Constitucional. Eso tiene que ser rechazado por principio y siempre, sin circunstancias que lo excusen.

Recordar el contexto extremo del país como justificación, y luego ofrecer un gobierno democrático donde golpes de Estado no tendrían lugar, parece más bien una promesa condicionada. Pero las circunstancias de la historia no las maneja una persona, ni un partido y ni siquiera un gobierno.

Es cierto que ahora no tenemos hiperinflación ni estamos amenazados por el terrorismo. Pero tampoco sabemos hasta dónde avanzará la delincuencia ni hasta dónde puede llegar la crisis económica mundial. Lo que sí puede predecir y ofrecer un político es la actuación adherida a principios, convicciones que no se alteran con el cambio de las circunstancias.

El problema para los dirigentes de Fuerza Popular es que una respuesta principista, coherente con su ofrecimiento democrático, los llevaría a renegar del 5 de abril de 1992. Rechazarlo y condenar a su autor desde el punto de vista político, moral y legal se les hace casi tan difícil como predecible que cada cierto tiempo aparezca un involuntario disidente que olvide recitar el discurso memorizado.

Mientras no hagan eso, son válidas las dudas sobre qué tanto puede distanciarse el nuevo fujimorismo del antiguo, que es lo mismo que cuán lejos está Keiko de Alberto. Si de verdad quieren reivindicar un fujimorismo sin Fujimori, tendrán que empezar por aquí.