Editorial: El hombre bomba
Editorial: El hombre bomba
Redacción EC

Ser chismoso, en general, es de muy mal gusto. Si los chismes que se difunden no tienen fundamento, la persona que los propaga muestra, además, que padece de una inmoral ligereza a la hora de actuar. Si el chisme, encima, trata sobre la esfera privada de una persona y pone en riesgo su vida familiar, quien lo divulga tiene que sufrir, por lo menos, de ciertos rasgos de perversidad. Y si, para colmo, se trata de algo que podría afectar la estabilidad del país pues su víctima es el presidente de la República, el chismoso en cuestión resulta un irresponsable de marca mayor. Es justamente todo esto lo que ha demostrado ser el congresista Yehude Simon durante los últimos días. 

El desafortunado tuit mediante el cual señaló: “Próximas horas o días podría producirse una bomba política que remecerá país. Ojalá sea solo un rumor. La bola crece y lo veremos”. 

La bola, efectivamente, creció, pero únicamente por obra y gracia del desatinado congresista y del coro de otros chismosos que siguieron especulando sobre en qué consistiría la mencionada “bomba”. 

Luego de eso, aparentemente el parlamentario decidió que su dislate no había sido lo suficientemente grave y optó por magnificarlo. Fue así como al día siguiente el señor Simon develó en qué consistía su bomba: el presidente Humala tendría un hijo extramatrimonial en las sombras y, a raíz de ello, se divorciaría de la señora Heredia.

La única bomba existente, sin embargo, fue la que le reventó en el rostro al congresista Simon cuando Palacio de Gobierno emitió un comunicado rechazando los “infames rumores y mentiras que  de manera lamentable se vienen reproduciendo [...] con el objetivo de perjudicar al jefe de Estado, a la primera dama y a su familia”. El señor Simon se vio obligado a pedir disculpas al presidente, a su familia y a todos los peruanos por su irresponsable comportamiento. 

Este tipo de actitudes son inaceptables, más aun si vienen de un congresista y, especialmente, de uno que ha sido presidente regional y primer ministro. Y, por eso, este caso merece la intervención de la Comisión de Ética Parlamentaria.

No es excusa para su accionar, por lo demás, que, como señaló el señor Simon, su única intención haya sido llegar a la verdad sobre esos rumores. Aun cuando hubiesen sido ciertos, se trataría de hechos de la vida privada de la familia Humala que ninguna persona ajena a ella tendría derecho a ventilar. Es cierto que el primer mandatario del país está más expuesto al escrutinio público que cualquier otro ciudadano. Pero una cosa es investigar cuestiones que comprometan al Estado peruano y otra muy distinta que un ciudadano inmiscuya sus narices en un asunto que, de ser cierto, sería puramente privativo de su ámbito familiar. Convertirse en presidente no implica la pérdida absoluta de la privacidad y, menos aun, le da el derecho a ninguna persona a difundir informaciones que podrían dañarlo a él, a su esposa o a sus hijos.

Esta situación, además, ha llevado a reflexionar a todo el mundo sobre las reales razones que habría tenido el experimentado congresista Simon para divulgar el chisme en cuestión. Sería acaso que quería crear una cortina de humo que ayude a que algo pase desapercibido? ¿Será quizá que le conviene que las próximas discusiones en el pleno del Congreso de los informes de la megacomisión, uno de los cuales lo compromete en las presuntas irregularidades en la construcción de los colegios emblemáticos, pasen a segundo plano?

La verdad es que solo el señor Simon –el hombre bomba de esta historia– conoce las razones detrás de su desafortunada actuación. Pero como la Comisión de Ética Parlamentaria debe juzgar hechos y no intenciones, en este Diario somos de la opinión de que tiene, en sus manos, un caso que debería sancionar no solo porque es lo justo, sino porque sería una forma de enviar un importante mensaje a todos quienes sufran de perversos e inmorales arranques de irresponsabilidad