Editorial: Ahora que te miro bien…
Editorial: Ahora que te miro bien…

La principal de las preocupaciones de los aspirantes a la presidencia que pasan a la segunda vuelta es cómo atraer a los electores que apoyaron a otro candidato en la primera. Hay, por supuesto, un transvase de votos desde las candidaturas programática o ideológicamente más cercanas que se produce de modo casi inmediato, pero ese es casi un proceso natural y, por lo general, insuficiente. 

Lo difícil y lo que suele definir una carrera tan ceñida como la que estamos presenciando en estos días es la capacidad de los dos competidores en liza de apelar a núcleos de ciudadanos que en la primera ronda jamás habrían imaginado brindarles su respaldo.

La dificultad de ese empeño se ve incrementada, además, por el hecho de que usualmente los postulantes en cuestión han retado durante la primera etapa de la campaña las ideas que tales grupos de votantes estiman y a los líderes que las expresaron. 

¿Cómo convocar, en efecto, a quienes creen en la necesidad de cambiar la Constitución y el modelo económico a que endosen la opción de quien encarna a la colectividad política que impulsó ese texto constitucional o la del ex ministro de Economía que, cuando estaba en funciones, administró el referido modelo con recato?

¿Y cómo crear la sensación de sintonía con electores que se reconocían en candidatos a los que, hasta hace poco más de un mes, se fustigaba por razones morales o a partir de dudas sobre sus capacidades para llevar las riendas del país?

La tarea es ciertamente ardua, pero la historia enseña que en los balotajes ese reacomodo se acaba produciendo de alguna manera, porque a la larga prima en los votantes un sentido de realidad que los hace distinguir entre escenarios que, en origen, se les antojaban igualmente indeseables.

La paciencia, sin embargo, no suele ser uno de los atributos más señalados en los políticos que están en la antesala del poder y sienten que este se les puede escapar al menor descuido, por lo que no es extraño que gestos descabellados y contradictorios para forzar las deseadas aproximaciones empiecen a menudear a las pocas semanas de iniciada la segunda ronda. Como si de pronto les dijesen a sus antiguos rivales: ahora que te miro bien, veo que tenías unas virtudes que me habían pasado desapercibidas…

Tal es el caso, por ejemplo, de Keiko Fujimori, que recientemente ha dicho que podría estar interesada en ‘rescatar’ algunas de las ideas de Gregorio Santos, o el de Pedro Pablo Kuczynski, que ha considerado que la adhesión de César Acuña a su postulación procede porque ‘esto’ –debemos suponer que se refiere a la segunda vuelta– “no es un foro sobre excelencia académica”.

Como se sabe, sin embargo, las ideas del ex aspirante presidencial por Democracia Directa están en las antípodas del modelo de desarrollo que supuestamente suscribe Fuerza Popular, pues no solo se trata de diagnosticar si el proyecto Conga es actualmente viable o no, sino de partir de la convicción de si sería deseable sacarlo adelante o no. O, para ser precisos, de definir si el ‘antiextractivismo’ es un enfoque compatible con la forma de gobierno que la señora Fujimori quisiera representar.

Los plagios del ex postulante de Alianza para el Progreso que el propio entorno del señor Kuczynski censuró durante la primera vuelta, por otra parte, no son un problema que se circunscribe al ámbito académico, como este ahora intenta sugerir. Constituyen prácticas moralmente condenables que arrojan sombras sobre su actuación política en general. Y que, así como contaminaron a quienes en su momento lo secundaron cegándose ante lo evidente, pueden contaminar también a quien ahora trata de pasarlas por agua tibia.

Lo peor de todo es que esas piruetas, por trabajosas e impostadas, no solo corren el peligro de no ejercer el magnetismo deseado sobre los votantes ajenos, sino que, por esas mismas razones, pueden terminar espantando a los propios.