Editorial: Preguntas de oficio
Editorial: Preguntas de oficio

La extraña muerte de , vigilante y trabajador de la casa del presidente Ollanta Humala, ha levantado preguntas en la opinión pública que hasta el momento no han recibido una explicación satisfactoria por parte de los directamente involucrados. Una vez conocido por la prensa el deceso de Fasabi, casi un mes después de que ocurriese, salió el ministro a dar versiones equivocadas, cuando no falsas, del suceso: “No era ningún trabajador de la casa del presidente; era un vigilante de la zona que hacía los recados y encargos de los vecinos”.

Sin embargo, ante las declaraciones de Micheline Vargas, ex trabajadora del hogar de la pareja presidencial, y de los propios familiares de Emerson en el sentido de que este desempeñaba diversas labores en el interior de la casa de los Humala Heredia, el propio mandatario se vio obligado a reconocer que efectivamente lo utilizaron para algunos trabajos pagados. 

Surge aquí la primera inquietud: ¿Por qué se negó en un primer momento el vínculo con Fasabi? ¿Por qué no se reconoció que efectivamente laboraba para el jefe del Estado y su familia hacía varios años, como lo declararon luego varios testigos? 

Esto se torna fundamental en el contexto de las conjeturas que, como se sabe, se han tejido alrededor de la muerte del trabajador.

La primera de ellas deriva de la prontitud con que, tras haber permanecido casi dos semanas en la morgue, el cuerpo de Fasabi le fue entregado al chofer del presidente Humala, Juan José Peñafiel, y no a Carola Lozano, una prima suya que se había apersonado antes para tratar de retirarlo. Peñafiel, en cambio, con una huella digital de la anciana madre de Fasabi obtenida días antes, logró sacar el cuerpo de la morgue en tiempo récord y trasladarlo hasta el hogar de esta última en Ucayali.

Para este traslado –como declaró el propio chofer en el programa “Cuarto poder”–, contó con un dinero provisto en parte por el presidente de la República. Pero si Fasabi era tan solo “un vigilante” de la cuadra al que la familia Humala Heredia utilizaba ocasionalmente, ¿por qué de pronto tanto interés y celeridad en trasladar el cuerpo a un lugar tan remoto para su entierro? 

Peñafiel ha declarado que el difunto había sido su amigo y que por eso se ofreció a hacer una colecta en la que colaboró el mandatario. Pero si eso fue así, ¿por qué no le entregó simplemente el dinero a la prima que estaba en Lima para que fuesen ella y los demás familiares de Emerson quienes se encargasen de retirar su cuerpo de la morgue y darle sepultura?

Además, y como ha mencionado el director de “Perú21”, , ¿por qué Wilfredo Pedraza, ex ministro del Interior y actual asesor del presidente Humala en temas de seguridad, se encontraba supervisando la entrevista concedida por Peñafiel a “Cuarto poder”? ¿Cuál era el interés de Palacio de vigilar lo que allí se dijera?

Por último, si bien el parte de la necropsia practicada a Fasabi menciona como causa de la muerte una “hemorragia pulmonar y pancreática”, se cuida de precisar que las causas de esa hemorragia se encuentran aún en “investigación”. ¿Pero cómo podrían investigarse las causas del deceso cuando el principal objeto de investigación (el cuerpo) se encuentra ya enterrado (y según algunas versiones hasta embalsamado) en Ucayali?

Según ese señalamiento, es obvio que hasta que no se haga una exhaustiva investigación, que tendría que incluir la exhumación del cadáver, no se podrán determinar las verdaderas causas de la muerte de Fasabi. Y esto último, que debería ocurrir de rigor frente a la muerte en circunstancias dudosas de cualquier ciudadano, resulta en este caso doblemente insoslayable, pues la sospecha de las ramificaciones políticas de un eventual deceso por causas no precisamente naturales escala hasta lo más alto del poder.

En concreto, como se sabe, las suspicacias apuntan a una eventual conexión con el supuesto robo de las agendas atribuidas a Nadine Heredia. Y antes de que esto constituya un nuevo frente –legítimo o no– en el que la limpieza de este gobierno y su entorno es puesta en cuestión, conviene que la ambigüedad y las evasivas oficiales sean dejadas de lado para responder a estas simples preguntas de oficio.