Editorial: ¿Sed de revancha?
Editorial: ¿Sed de revancha?

El día de ayer argumentábamos que si, como todo parece indicar, Pedro Pablo Kuczynski es el próximo presidente del Perú, el fujimorismo tiene frente a sí una disyuntiva. O se deja llevar por la sangre en el ojo que le ha dejado la campaña y privilegia los que eventualmente podrían parecerle sus intereses partidarios (al menos los de corto plazo), o prioriza las ideas por las que se suponía buscaba el poder en primer lugar. 

Los gestos de representantes de Fuerza Popular (FP) que siguieron al día de la elección, lamentablemente, parecen secundar la tesis que esperábamos descartar. 

Desde FP, voces como las de Luz Salgado o Lourdes Alcorta –ambas parlamentarias reelectas– han pronunciado sentencias como “no puedes tender puentes con alguien al que llamaste narcotraficante” o “después de habernos acusado de narcotraficantes, rateros, montesinistas, es bien difícil que nos podamos abrazar”, que no dejan mucho margen para la duda sobre la actitud que tendrían ante el triunfo de sus ex contrincantes.

No se trata ciertamente de la única agrupación en esta anticipada tesitura de oposición (aunque en ellos llame más la atención la postura por los numerosos puntos de coincidencia programática que tenían con Peruanos por el Kambio).  Desde el Frente Amplio (FA), la propia Verónika Mendoza ha señalado: “No vamos a llegar a ninguna conclusión, ningún acuerdo, ningún pacto. Nosotros seremos oposición sí o sí para el próximo gobierno”. Y por si el mensaje no hubiese sido claro, la legisladora electa Indira Huilca ha aseverado: “No contemplamos la posibilidad de aportar al Gabinete de un gobierno de PPK […] Nuestras prioridades son otras”.

Y si bien en cada caso se pueden distinguir razones atendibles para la toma de distancias expresada, no se entiende por qué ello tendría que excluir un grado de colaboración que no supusiera una alianza o un acuerdo global entre partidos. En FP, por ejemplo, se pueden sentir legítimamente afectados por algunos de los agravios proferidos por Kuczynski o sus adláteres durante la segunda vuelta, pero eso no debería llevarlos a perder de vista el horizonte que comparten con Peruanos por el Kambio en materia económica. Y sin que ello implique necesariamente comprometer cuadros en el Ejecutivo, la verdad es que mal podrían negar desde el Legislativo su respaldo a iniciativas con las que programáticamente tendrían que estar de acuerdo.

No estaría de más, dicho sea de paso, que evaluasen las ofensas recibidas en perspectiva con las que ellos mismos repartieron durante el balotaje, como aquella de que “Kuczynski traicionó al Perú con los cambios legislativos que hizo en el sector hidrocarburos” y en el mismo sentido que “PPK no solo hizo lobby con el gas cuando fue ministro de Toledo pero lo hizo a favor del narcotráfico”, y otras por el estilo.  

En lo que concierne al FA, por otra parte, ellos pueden objetar con toda coherencia discrepancias de fondo como para participar de cualquier instancia gubernamental que impulse un plan económico que está en un paradigma completamente ajeno al suyo. ¿Pero podrían negar su apoyo en asuntos como la lucha contra la corrupción, la llamada ‘agenda de género’ o las cuestiones de medio ambiente en las que hubiera coincidencias?

¿La responsabilidad de estas y otras agrupaciones políticas era solo sacar adelante las iniciativas a las que se comprometieron con sus electores si llegaban al poder o secundar el avance de las mismas aun bajo otro gobierno?

Lo anotamos porque no hacer esto último sugeriría que lo que existe en ellas es fundamentalmente una voluntad de revancha contra quien las derrotó en las urnas, un espíritu que siempre se niega pero nunca desaparece en nuestra clase política.

Cuenta la mitología griega que cuando Paris dirimió a favor de la diosa Afrodita una famosa controversia en la que ella competía por el título de la más bella con las también olímpicas Hera y Atenea, estas –que hasta ese momento habían estado enfrentadas– se alejaron del lugar tramando una venganza que a la larga desataría la guerra de Troya, que hizo infelices a los dos pueblos que se enfrentaron en ella. Una leyenda cuya genialidad radica en que ilustra lo mundanos que podían ser los dioses, y que nuestros políticos –que a veces se aturden con las dosis de poder que les confieren los votos– harían bien en revisar.