“En proporción a los objetivos iniciales, estamos muy lejos de alcanzar nuestras propias metas”, reconoce Vizcarra. (Foto: Nancy Chappell/El Comercio)
“En proporción a los objetivos iniciales, estamos muy lejos de alcanzar nuestras propias metas”, reconoce Vizcarra. (Foto: Nancy Chappell/El Comercio)
Editorial El Comercio

Las voces que le reclaman a la actual administración, y al presidente Kuczynski en particular, un cambio en la manera de enfrentar la tarea de se han convertido ya en un clamor. Dependiendo de cuál sea el origen de cada una de esas voces, la naturaleza exacta del cambio demandado es distinta –algunos sugieren una cirugía general a nivel del Gabinete y otros, solo mayores reflejos ante la opinión mayoritaria de la ciudadanía con respecto a tal o cual aspecto de la gestión–; pero todas ellas coinciden en que la ausencia de una dimensión política en el ejercicio del poder constituye desde hace tiempo un problema que en Palacio hacen mal en ignorar.

Se han pronunciado en ese sentido las distintas bancadas de oposición y aun aquella parte del equipo parlamentario oficialista con la que, en palabras del presidente del Consejo de Ministros, el gobierno no puede ‘coordinar al 100%’. Sectores, en fin, que, junto con el periodismo crítico, suelen ser desdeñados desde el Ejecutivo porque expresarían ecos de un afán por hacer política que “al peruano que va en su combi” supuestamente “le importa un pepino” (PPK dixit) y, en última instancia, intereses de quienes quieren ver mellada a la presente administración .

En estos días, no obstante, una voz que no puede ser descartada con esos mismos argumentos se ha sumado al clamor: la del vicepresidente . En una entrevista concedida días atrás a este Diario, el también ex ministro de Transportes declaró, en efecto, que “el gobierno necesita más visión política”. Y, tras recordar que la crítica que con más frecuencia reciben es la de que “un reducido equipo de personas toma las decisiones”, apuntó también: “Sea verdad o no, hay que tener mayor relación con diferentes niveles de gobierno”. Finalmente, con respecto a la posibilidad de ‘refrescar’ el Ejecutivo con nombres que no provengan del entorno ya conocido del jefe de Estado, afirmó: “Se necesita un Gabinete mucho más abierto; que vengan personajes con experiencia a contribuir al país”.
Se trata por cierto de declaraciones cuidadosas, como cabría esperar de un integrante de la nomenclatura ppkausa que ha sido leal con el presidente desde que dirigió su campaña y luego como ministro. Pero el mensaje que transmiten es clarísimo: el vicepresidente está preocupado por las mismas señales de desconexión que todos, salvo el propio mandatario y sus colaboradores más inmediatos, parecen detectar en la cumbre del poder.

De hecho, apenas dos días antes de la divulgación de esta entrevista, en el colmo de la vocación de aislamiento, el presidente había respondido a una pregunta periodística sobre la severa caída de su aprobación en un solo mes, según la última encuesta de GFK, con singular desafección. “No creo en esa encuesta. Para bajar de 31% a 19% tiene que pasar algo catastrófico. No ha pasado nada catastrófico”, dijo. Y con ello no hizo sino alimentar las críticas que le atribuyen una paradójica combinación de desorientación y soberbia.

La reciente intervención de Vizcarra, entonces, podría ser considerada algo así como la gota que debe provocar el desborde de lo acumulado en el cáliz de las reprobaciones a lo que viene sucediendo en el gobierno… Pero nada hace pensar que esa vaya a ser efectivamente la consecuencia.

Una antigua máxima aconseja distinguir las voces de los ecos, pues mientras aquellas expresan razonamientos auténticos y sinceros, estos solo traen rumores engañosos, destinados a perder a quien los escucha. Con esa misma filosofía, en Palacio harían bien en diferenciar los diagnósticos tremendistas de los adversarios políticos que creen –equivocadamente– que los desaciertos del gobierno los nutren, de las advertencias preocupadas de sus propios parciales.

Para eso, sin embargo, hace falta escuchar y en el círculo más estrecho del poder parecen creer que hacer oídos sordos a todo rumor que no sea producido por ellos mismos es una virtud.