Culpar al viento, por Carlos Adrianzén
Culpar al viento, por Carlos Adrianzén
Carlos Adrianzén

En nuestro país es común atribuir cualquier episodio de éxito económico gubernamental a la expresión “soplaron vientos de cola”. Esta figura, plagiada de la aeronáutica, trata de graficar los efectos positivos de un panorama internacional favorable. 

Nos han hecho creer que nuestra economía es tan poco competitiva y pequeña que crece solo cuando los términos de intercambio nos favorecen. Resulta tan arraigada esta creencia que cuando analizamos la evolución de la producción o exportación local versus los precios de nuestras exportaciones o importaciones, la conexión es visible. 

La cosa, sin embargo, no es tan directa y nuestra historia económica refleja mucho más que la suerte de los precios externos de exportación. De hecho, las políticas, reglas y constituciones han hecho la diferencia. 

En primer lugar, es útil reconocer que aunque la evolución de los precios externos puede afectar el manejo cambiario o la recaudación de tributos en el corto plazo, solo períodos relativamente largos de pronunciados vientos de cola se han asociado al crecimiento o al hundimiento de nuestra economía. También han abundado períodos donde desperdiciamos excelentes precios externos (por ejemplo, en los días de la dictadura militar socialista de los setenta). De hecho, el pico reciente de términos de intercambio del 2011 (y que en algún momento se asoció a un crecimiento anual que rozó el 9%) resultó bastante menor que lo que desperdició el velascato. El manejo de cada momento hizo la diferencia.

También merece destacarse que, pese al astuto lloriqueo de la actual administración (y la cantaleta de que la economía se enfría porque se acabaron los vientos de cola o China se detuvo), la realidad es otra. Una fría comparación del promedio quinquenal de los términos de intercambio apristas y humalistas muestra que los precios de las exportaciones con Alan García y Luis Carranza fueron tres veces menores. Y es que tanto Velasco como Humala y sus colaboradores –en escalas diferentes– bloquearon el aprovechamiento de los vientos de cola recibidos del exterior.

No culpemos, pues, al viento. Aprovechémoslo cuando sople a nuestro favor y esforcémonos por hacernos mucho más competitivos cuando sople en contra. Por encima de todo, no usemos una evolución negativa de los precios externos como la justificación de gruesos errores de gestión económica o como una explicación indubitable del fracaso. 

Singapur, por ejemplo, registró décadas consecutivas con vientos de cola adversos y, pese a ello, consolidó una de las pocas naciones que alcanzó el desarrollo económico en las últimas cinco décadas. Es importante que los peruanos interioricemos esta observación. El nuevo gobierno no tiene las cartas echadas (como sí lo tendría uno de corte chavista, a lo Verónika Mendoza). Y aun sin vientos de cola, tiene el reto de echar a andar la economía sin pretextos. 

Por supuesto que la cosa no es tan simple. Humala y sus colaboradores hicieron mucho daño y quebraron el momento de la plaza peruana. Hoy que los vientos no dejan de atenuarse, a Pedro Pablo Kuczynski le toca arreglar este desastre. Ahora no dispondrá de vientos que maquillaron los tempranos desaciertos del humalismo, pero tal vez sí la coartada fácil de culpar a lo externo (aunque no sabría decir si esto es una bendición o una desgracia).