El naufragio del Sodalicio, por Franco Giuffra
El naufragio del Sodalicio, por Franco Giuffra
Franco Giuffra

Con pena e indignación, los católicos en el Perú estamos conociendo ahora nuestro propio capítulo del escándalo mundial de abuso y pederastia que ha asolado a la Iglesia en muchos países en los últimos treinta años. No era solo un asunto de Estados Unidos, Irlanda o Canadá. La misma epidemia estaba también entre nosotros.

Y con los mismos síntomas: personajes nefastos vinculados al clero o, en términos más amplios, a la conducción de grupos o entidades religiosas, aprovechando su condición de líderes, pastores o superiores, para obtener favores sexuales de menores de edad. Con idéntica dinámica de encubrimiento y distracción, en una mezcla escurridiza entre las sanciones eclesiales y la justicia penal. Hechos terribles que nunca se dan a conocer a menos que una investigación externa los consiga desentrañar.

Eso es exactamente lo que ha ocurrido con el Sodalicio de Vida Cristiana, del que ya se conoce con claridad que por lo menos dos de sus figuras más encumbradas eran pederastas. Gracias, entre otras personas, a la valiente denuncia de los periodistas Pedro Salinas y Paola Ugaz.

Por si ello no fuera suficiente, alrededor de la publicación del libro “Mitad monjes, mitad soldados” (2015) han salido a la luz viejos y nuevos testimonios de ex miembros de dicha organización describiendo con crudeza unas prácticas de formación basadas en el rigor estrafalario, la vejación, la sumisión y el daño físico y psicológico.

Todo lo cual no es únicamente retratado por Salinas y Ugaz, sino por la propia Comisión Ética para la Justicia y la Reconciliación que el mismo Sodalicio designó para conocer e investigar las denuncias que estaban saliendo a la luz. Hay que leer con detenimiento el informe demoledor de dicha comisión para conocer cabalmente la gravedad de los hechos ocurridos.

Por supuesto, ello no implica que todos los miembros del Sodalicio y que el íntegro de sus actividades, en toda la vida de la institución, han estado manchados por estas prácticas aberrantes. No era el trabajo de esa comisión destacar lo bueno que el Sodalicio ha realizado, como se ha pretendido al señalar que el informe está sesgado porque solo se ocupa de hechos negativos. ¡Para eso la designaron!

Estamos ahora en la mitad de la tormenta. No queda claro cuáles son los siguientes capítulos en este drama. Declaraciones van y vienen; se anuncian reformas e investigaciones. No se conoce tampoco las disposiciones eclesiales que puedan aplicarse en un embrollo de esta naturaleza. 

¿Se puede disolver una entidad religiosa? ¿Se le puede adscribir a otra para que la reconduzca? ¿Qué pasa con las obras que hoy tiene a su cargo? Una primera medida, que la misma comisión propone, parece imponerse por sentido común: sus actuales autoridades no pueden continuar. Sería una ilusión pretender que el remedio venga de quienes fabricaron o nutrieron la enfermedad.

Lo que sí va quedando claro es el enorme daño que este escándalo causará a la Iglesia en el Perú. De esta materia van a llover acusaciones generalizadas hacia “los curas”, “las sectas” y “la religión”. 

Cabe finalmente extender una palabra de solidaridad a los buenos sodálites, que estarán viviendo en carne propia la “noche oscura del alma”, de la que hablaba el místico carmelita San Juan de la Cruz. Ojalá salgan bien librados de este naufragio. Sería un milagro.