(Foto: El Comercio)
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Franco Giuffra

La vida es un carnaval. Téngalo presente, amable lector, cuando repase la larga lista de problemas nacionales y los confronte con las iniciativas de nuestros políticos encargados de remediarlos. No hay que llorar, no hay que sufrir.

¿Está preocupado, por ejemplo, por el asunto de la informalidad laboral, por la rigidez de nuestras normas sobre la materia y la falta de empleo adecuado? Sonría. Es la actitud que le ha puesto el grupo de congresistas fujimoristas al presentar recientemente un proyecto para permitir a la administración pública contratar jóvenes sin experiencia laboral.

La idea es que las entidades del Estado contraten un mínimo del 5% de su planilla entre los jóvenes menores de 25 años que no tienen ninguna experiencia de trabajo. Adiós al requisito molesto de exigir antecedentes laborales para entrar a la administración pública. El Estado tiene que dar el ejemplo de promover el empleo. La incorporación de más de 100 mil servidores públicos sin experiencia es una buena manera de hacerlo.

Lo risible no es que, de ser aprobado, este mandato deberá cumplirse sin incrementar los respectivos presupuestos, porque eso ya lo resolverá Mandrake, el mago. La gracia viene por el lado de la justificación de la propuesta: “Insertar [...] a jóvenes en la gestión pública permitirá combinar la experiencia con el entusiasmo, permitiendo que las entidades se conviertan [sic] más dinámicas y ágiles”.

Si el secreto para derrotar la parsimonia burocrática fuera la edad y jovialidad de sus integrantes, bien harían los ministros en empezar a reclutar a sus colaboradores directamente de los jardines de infancia y los wawa wasi.

Que la alegría es el alimento del pueblo lo sabe bien el congresista Francesco Petrozzi, que en junio pasado presentó otro proyecto con una versión renovada de ley del trabajador del arte.

La iniciativa reitera o amplía las prohibiciones para los artistas extranjeros (entre otras cosas, reduce de 90 a 60 días el plazo que puede presentarse un circo foráneo) y propone esquemas diferenciados de recaudación y administración de fondos para los artistas nacionales en materia de salud y pensiones.

¿Y cuál es la justificación para establecer estas consideraciones para los artistas en particular? La comprobación de que los artistas no se afilian de manera independiente a la seguridad social o a los regímenes pensionarios. Una condición que, en realidad, comparten muchísimos grupos de trabajadores en el país.

En particular, la eventualidad del uso de dinero público para garantizar las pensiones de los artistas se justifica en el proyecto debido a que los artistas “representan obras [...] llenas de sentimientos, emociones y percepciones, llevando cultura y entretenimiento a todos los rincones del país”.

Hay más ideas geniales cocinándose en el Congreso en el ámbito laboral. Carlos Bruce quiere imponer un porcentaje de mujeres en los directorios de las empresas listadas en la bolsa de valores. Otros congresistas quieren crear el colegio de fisioterapeutas u obligar a las empresas a la creación de “políticas salariales” que hagan explícitos todos los criterios para diferenciar sueldos.

Pero la gran mayoría de las normas que se está gestando en la están referidas a generar beneficios especiales a grupos de empleados, aumentarles pensiones o pasarlos de un régimen a otro.

No porque detrás de todo haya un boceto de preproyecto de esquema preliminar de una futura y eventual reforma laboral. Nada que ver. Lo que sobra es la vitalidad, el entusiasmo y la algarabía congresales por llevar a los peruanos la alegría que el país necesita.