Borregos, Beto Ortiz
Borregos, Beto Ortiz
Redacción EC

“Nunca subestimes imbéciles en grandes grupos”- dice un afiche que tengo en mi cocina. Es mi estampita milagrosa. Todas las mañanas le rezo mi plegaria franciscana: allí donde haya dogma, que yo siembre la duda. Donde haya estupidez, que yo ponga el humor. Y esta semana mis oraciones fueron escuchadas. El pintoresco predicador evangélico-fujimorista Julio Rosas –aquel del truculento show del transexual arrepentido– volvió a utilizar nuestro Congreso como filial de alguna de sus iglesias para escenificar su última ópera bufa. Apareció, atarantando gente, con toda su batería seria y una ridícula camionada de planillones con un millón de firmas contra la unión civil. De algo le sirven todas esas almas que vagan, desesperadas, por sus templos en busca de consuelo. De modo que el número uno de la bancada naranja logró, por fin, su insólita primera portada en este diario. Su primer orgasmo exhibicionista.


No existen pruebas de que los evangélicos en el Perú hayan salvado algún alma. Pero de que salvan candidaturas no existen dudas. ¿Indulgencias? No te las garantizan. ¿Votos y billete? ¡A montones! Preguntémosle a que jamás hubiera ganado si en 1990 no ponía en su plancha al hoy olvidado pastor Carlos García. Impresiona el nivel de fanatismo de un colectivo que vota a ciegas por un desconocido solo porque su profeta así lo ordena. ¿Cómo los convence? ¿Les dirá que el candidato rival es el diablo en campaña? ¿Que así lo manda Dios? ¿Alguien cree que un viejecito anodino como habría sido electo sin el balido de sus ovejas? ¿Cuál será el origen del éxtasis místico en que ha entrado cierta diva rezandera? ¿El amor al chancho o a los chicharrones? Lo cierto es que nadie quiere pelearse con los evangélicos. Lógico. Son demasiados. Y la única superioridad política es la numérica. En este Congreso, absolutamente todo se negocia. 


Eso lo aprendí de un pepecista: el flaco . Sin ánimo de ser el Alvarito de la , quiero contárselos. Me encontré con Juan Carlos Eguren, Presidente de la Comisión de Justicia del Congreso, en el MALI, en la fiesta de “El Comercio”. Como la suerte de la ley está en sus manos, creí oportuno tomarnos un champancito. Ensayar eso que a nuestros congresistas les sale tan bien: pasar al lobby. Al lobby del museo, digo. ¿Qué va a ocurrir, al final, con la Unión Civil, Juan Carlos? “No voy a aprobar la ley Bruce, voy a aprobar mi ley.” –respondió. Me preocupó el uso tan temerario de la primera persona del singular. ¿Su ley? Si los otros proyectos son el de Rosas y el de Martha Chávez, uno más homofóbico que el otro. ¿Cuál de los dos será “su ley”? “No puedo ir contra la corriente, Beto. Debo negociar. Tengo que sacarle el Mínimo Común Divisor”. Excelente. Vayan y negocien los derechos civiles de tres millones de peruanos. Y que siempre se haga lo que quiera la mayoría. ¿Acaso la basura no es deliciosa? Mil millones de moscas no pueden equivocarse.