El camino de la confrontación entre el presidente Martín Vizcarra y la ex candidata presidencial y líder de Fuerza Popular, Keiko Fujimori. (Video: El Comercio)
El camino de la confrontación entre el presidente Martín Vizcarra y la ex candidata presidencial y líder de Fuerza Popular, Keiko Fujimori. (Video: El Comercio)
Patricia del Río

“Enemigo” es un término que se construye a partir de la negación. Viene del latín ‘inmicus’, que está formado por el prefijo negativo ‘in’ y la palabra ‘amicus’ (amigo). Originalmente, se utilizaba en Roma para los rivales personales, y luego se extendió a pueblos o naciones enteras. Con los adversarios o rivales uno puede tener diferencias, pero con el enemigo el enfrentamiento es radical. Para que uno tenga la razón, el otro tiene que perder.

Desde hace varias semanas, el enfrentamiento entre el Ejecutivo y el Legislativo se está volviendo tan extremo que están a punto de convertirse en enemigos. Ya no se trata de grupos con diferencias que deben ponerse de acuerdo en favor de la gobernabilidad, sino de facciones enfrentadas, que petardean todos los días sus posibilidades de acercamiento. Es verdad que ambos repiten hasta el cansancio que quieren trabajar en favor de los ciudadanos, pero en la práctica les hace falta un ingrediente indispensable para ese trabajo conjunto: un objetivo común; y eso no existe.

Un ejemplo perfecto es la lucha contra la corrupción. Si bien ambos bandos tienen este punto como el primero en su agenda, la perspectiva de cómo se alcanza y quiénes son los corruptos es diametralmente distinta. Para el Ejecutivo, luego de la difusión de los audios de Hinostroza y amigos, se necesitan reformas radicales en el sistema de justicia y en el plano político. Para eso quiere someter a referéndum un conjunto de leyes (composición del CNM, financiamiento de partidos, no reelección de congresistas) y que la población decida. Uno de los puntos decisivos para garantizar esta lucha es el apartamiento del fiscal Chávarry de su cargo porque su relación con los implicados en el caso de Los Cuellos Blancos del Puerto compromete su independencia.

Para el Congreso, específicamente para la mayoría fujimorista, las medidas planteadas por Vizcarra no atacan directamente la corrupción y son propuestas populistas para ganarse la calle. No están dispuestos a trabajar de la mano del Ejecutivo, ni mucho menos que les impongan cómo y cuándo debatir temas tan delicados. A esta situación de rebeldía, cuya legitimidad no estamos cuestionando, se le suma el factor Chávarry, que para el fujimorismo en lugar de ser un obstáculo en la lucha contra la corrupción es más bien una garantía. De acuerdo con esta visión de las cosas, como Pedro Chávarry sacó al lento de Hamilton Castro del Caso Lava Jato, esto marca un punto de inflexión con respecto a la gestión de Pablo Sánchez, que estaba apañando a la mafia caviar.

¿Quién tiene la razón? No es este el espacio para discutirlo. Pero si las partes no coinciden ni siquiera en cuál es el mal que tienen que enfrentar y quiénes son los malos, podemos esperar sentados a que se produzca una sola reforma relevante. Más bien, podemos ir preparándonos para ver cómo se despedaza nuestra clase política.