(Foto: El Comercio)
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Rolando Arellano C.

La situación de la ex alcaldesa es una muestra más de los muchos políticos que no midieron el problema en que se estaban metiendo cuando empezaron su campaña del mal llamado “”. O que si lo hicieron, sabían lo que les podía ocurrir. Veamos.

¿Qué le parecería al lector si un consultor le dice que para que su empresa venda muchas casas debería anunciar un precio muy barato y pedir una cuota inicial muy atractiva? Tal vez le parezca una buena estrategia, pues mucha gente se entusiasmaría y pagaría la inicial.

Pero, ¿le parecería buena si el consultor, y usted, supieran que no podrán entregar las casas porque no podrán construirlas a ese precio? Allí usted reflexionará y verá que prometerlas le crearía muchas complicaciones, clientes insatisfechos, demandas por estafa y seguramente la pérdida de su negocio. Y por lo tanto ignorará ese consejo.

Es por esa misma lógica que la disciplina seria del marketing, propiciada por instituciones como la Sociedad Peruana de Marketing, dice que el éxito no está en vender, sino en crecer con clientes que recompren. Sabe que mentir para vender es propiciar un suicidio empresarial en el corto o en el mediano plazo, pues los ejemplos son muchos y las excepciones pocas.

Pero esta lógica tan simple y clara no parece ser entendida por muchos políticos. Ellos no ven que el verdadero marketing político es mucho más que lograr que voten por ellos, sino sobre todo asegurarse que podrán cumplir con lo que prometen. Para que los reelijan, para ese puesto o uno superior, y para no terminar presos, exilados, ocultos, o peor que eso.

¿Qué pensó cuando candidateó sabiendo que no tenía ni capacidad ni ganas de trabajar como gobierno? ¿Qué imaginaron los cuando prometían administrar bien un país sin nunca haber administrado siquiera una pequeña empresa? ¿Qué pasó por la cabeza de la señora Villarán cuando prometió limpiar el municipio, sin tener el equipo ni la fuerza para lograrlo?

Las respuestas solo puede ser tres. La primera, que eran tan ingenuos, que siguieron el consejo de los Favre y otros cortesanos sin ver que eso les pesaría por siempre. La segunda, que desde el inicio sabían que iban a estafar a sus conciudadanos pero que el poder les seducía más que el desprecio que vendría después. O la tercera, que su objetivo siempre fue enriquecerse y por ello aceptaban los riesgos futuros, los exilios, las cárceles y el desprecio de la gente.

Cualquiera sea la causa, perdió el país y, por ingenuos, ambiciosos o corruptos, esos políticos merecen los castigos que les toquen. Por no entender que en la vida, como en las empresas y la política, es esencial cumplir con lo que se promete. Y por que eso debe servir de ejemplo a otros aventureros.