Y si soñamos, por Patricia del Río
Y si soñamos, por Patricia del Río
Patricia del Río

Cada cinco años, elegimos nuevas autoridades y no podemos negar que, independientemente de que el elegido sea de nuestro agrado, siempre albergamos cierto grado de esperanza. Nos atrevemos a soñar (un poquito en silencio, un poquito disimulando), que esta vez las cosas serán distintas. Que por fin serán escuchadas nuestras demandas, que después de tanto esperar alguien nos ayudará a cuidar a nuestros hijos, nos permitirá vidas decentes.

Y es que a veces uno mira a su alrededor y no puede creer que alguien está a cargo. Que existen autoridades en nuestro país. Que vivimos en una nación donde se pagan impuestos. Y no, no hablamos de las típicas imágenes medievales a las que ya nos acostumbramos como la de los niños jugando en medio de una angostísima berma que separa una enorme avenida mientras su madre pide limosna. No estamos hablando de ese entorno de miserabilidad que nos obliga a pensar que estamos lejísimos de ser ese país desarrollado al que tanto aspiramos. No, señor. Hablamos de cosas más simples, cuya solución no pasa por grandes reformas económicas sino simplemente por el hecho de que alguien se compre el pleito.

 Hablamos de ese hombre que pasa en bicicleta transportando dos balones de gas: uno apoyado entre las piernas y el otro colgándole de la mano izquierda, sin que a nadie le importe que lo chanque un auto, vuele por los aires y explote cual coche bomba. 

Hablamos de esos palcos del Teatro Nacional y el Teatro Municipal que lucen vacíos porque nuestras autoridades no siempre pueden ir a los espectáculos, y que a nadie se le ha ocurrido que debieran entregarse a alumnos y profesionales destacados para que no se conviertan en un himno a la indiferencia de nuestros presidentes y alcaldes a la cultura. Hablamos de ese desinfectante que un burócrata no compró a tiempo en el Hospital Regional de Lambayeque y por eso tuvieron que cerrar más de 15 días la sala de operaciones. 

 Hay muchísimas cosas por hacer en nuestro país, algunas requieren grandes hazañas, hay otras que solo requieren gestos políticos y voluntad. Pedro Pablo Kuczynski empezará un nuevo capítulo de nuestra historia: él decidirá si quiere pararse en el pedestal del gobernante que se olvida de la vida pequeña de los ciudadanos o si, como alguna vez hicieron sus padres, prefiere bajar al llano, y dar de una vez por todas la lección que dan los grandes gobernantes: que el poder cuando no obnubila, sensibiliza, humaniza. Mejora la vida de los otros.