(Ilustración: Víctor Aguilar)
(Ilustración: Víctor Aguilar)
Rolando Arellano C.

Cada comienzo de año los buscan saber cómo se comportarán la y la , para afinar sus metas. ¿Crecerá 4%? ¿Se darán leyes adecuadas? ¿Habrá autoridades probas? Son algunas de las preguntas más comunes. Siendo esos datos muy importantes, deberían verlos como ven al viento los capitanes de velero, como información sobre la manera en que deben dirigir su barco para llegar al puerto planeado y no como indicadores del lugar a donde los llevarán las corrientes.

Los que saben de velas conocen que un viento a favor es ideal, porque los lleva más rápidamente a su destino. En el mismo sentido los capitanes de saben que para aprovechar ese 4% de previsto de la economía, su trabajo será poner las velas adecuadas, pulir la proa y también eliminar el lastre. Así utilizarán al 100% la fuerza de la naturaleza.

Pero hay otros capitanes que entienden que viajar a la velocidad de la corriente no es lo que esperan sus directores. Y por ello empiezan a navegar en zigzag, para avanzar incluso en esos momentos de viento en contra. Con ello no solamente llegan más rápido, sino que pueden encontrar otros destinos interesantes. Y entienden que, como esas carreras de veleros llamados regatas, lo importante no es solo llegar, sino hacerlo antes que los otros competidores.

Pero existen otros capitanes aún más intrépidos, que buscan expresamente los momentos de vientos y mareas difíciles, esos en los que otros, más bien, se refugian en zonas seguras. Así, mientras se da el temporal, como en el refrán de a río revuelto, los pescadores intrépidos pescan mucho más. Para ellos el viento en contra es una ventaja, pues les deja el terreno libre, para avanzar sin competencia.

En el Perú hay muchos ejemplos de estos últimos capitanes. De empresarios que, mientras la mayoría se asustaba, surgieron trabajando lentamente, comprando empresas que nadie quería o invirtiendo en proyectos considerados muy riesgosos. La familia Wong y sus supermercados en épocas de hiperinflación, los señores Rodríguez y sus empresas de alimentos cuando el país estaba parado, los hermanos Añaños y sus refrescos en un Ayacucho asediado por Sendero Luminoso, el grupo Wiese con Megaplaza cuando todos “ninguneaban” al mercado de las periferias, los Romero creando productos con sabor peruano cuando todos copiaban lo de afuera, y Rodríguez Pastor invirtiendo en escuelas que nadie creía necesarias; muestran que la velocidad y dirección del viento son solo un dato en el proceso de crecer. No fue fácil, lo sabemos bien pues participamos en varios de esos proyectos, pero hoy son la prueba de que los límites al crecimiento no los ponen la política o la economía. Para reflexionar.