(Foto: El Comercio)
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Marco Sifuentes

Las defensas de los amigos de y ilustran a la perfección los resquemores que todos tenemos cuando se altera la “normalidad” de nuestro entorno, un estado de cosas que, al resto de la sociedad, le parece insólito pero que nosotros, desde dentro de nuestra burbuja, no cuestionamos jamás.

Veamos el Caso Saettone, no desde los intríngulis del derecho penal, sino del video que ha salido como un tiro por la culata. Ni los comunicadores a cargo –porque se trata obviamente del trabajo de alguna agencia de 'pi ar'– ni los célebres participantes parecen haberse dado cuenta de que algo así solo iba a provocar reacciones exactamente opuestas a lo deseado.

Es innegable que en nuestro país existen privilegios en la administración de justicia. Estos privilegios están determinados, claramente, por las conexiones que tengas o la presión extrajudicial que puedas ejercer. Lo acabamos de ver con Alberto Fujimori, una persona condenada a 25 años de prisión, que sale libre antes de haber cumplido ni siquiera la mitad de su sentencia. Obviamente, Saettone no está, ni mucho menos, al nivel de Fujimori pero sí es una persona que: 1. También, al fugarse, evadió a la justicia; y 2. Tiene amigos famosos que pretenden ejercer presión mediática. Así las cosas –y, nuevamente, al margen de la discusión legal–, es francamente ingenuo lanzar una campaña que solo consigue resaltar las similitudes del Caso Saettone con el caso que se ha vuelto un emblema de impunidad y amarre.

El asunto Yoshiyama es similar. Es de esperar una defensa de quienes comparten su camiseta política (porque a eso se ha reducido la política peruana, a una cuestión de camisetas y barras bravas, olvídense de argumentos o propuestas, tú solo quieres motivos para burlarte de los hinchas del equipo rival). Allí nadie se salva –pregunten, sino, a los desesperados por pasar por agua tibia el financiamiento de Odebrecht a Susana Villarán y la campaña del No–. Pero también se vio a muchos amigos suyos no necesaria o abiertamente fujimoristas que protestaban contra lo que consideran un abuso. Solidaridad de clase, dicen los marxistas.

Lo cierto es que la actuación de la fiscalía ha sido impecable: no solo se encontró un arma, sino dos mil municiones. Lo que corresponde en delito flagrante es llevar a la persona a la comisaría. La detención de “Jaime” –como lo llaman sus defensores, evidenciando su cercanía– no duró 24 horas. En las redes sociales la mayoría se preguntó si habría pasado lo mismo –apoyo público, detención tan breve– si le hubieran encontrado exactamente lo mismo no ya a una persona común y corriente, sino, incluso, a un líder sindical o de algún movimiento de protesta. Los mismos que clamaban libertad estarían exigiendo mano dura.

Hay un ejercicio que todos deberíamos realizar en casos como estos. Preguntarnos cosas como: si la casa allanada no estuviese en San Isidro, si el acusado en cuestión se apellidara Quispe, si yo no viviera donde vivo ni conociera a la gente que conozco… ¿pensaría igual? La única forma de entender al 99% de gente que vive fuera de la burbuja es pinchándola.