La capilla del niño Chicho, en Ica, es un lugar de oración para los fieles que lo consideran milagroso. (Foto: Lino Chipana)
Luis García Bendezú

En la capilla –un módulo prefabricado de vivienda– no entra una persona más. La calle también está llena. Es jueves al mediodía y al menos cien personas se han reunido en la cuadra 9 de la calle Ayacucho, en , para celebrar el cumpleaños de José Luis Tipacti Peñavásquez, el niño Chicho. Si no hubiera muerto aplastado por una pared en el del 15 agosto del 2007, tendría 19 años. Según su madre, lo más probable es que estaría en segundo año de la universidad.

Edith Peñavásquez, la mamá de Chicho, encabeza la ceremonia. Hay rezos, canciones de cumpleaños y vítores. Luego vienen los testimonios: todos en la capilla tienen una historia que contar. Tras las intervenciones, Edith resalta que no es Chicho quien concede los milagros, sino Dios a través de su hijo.

“Chichito es nuestro intermediario, nos bendice a través de nuestra fe”, dice Peñavásquez. “Si yo me sentara a contarte los milagros, no terminaría ni en dos días”, añade.

La devoción por el niño Chicho ha crecido notablemente desde su muerte. Su capilla está llena de fotografías de personas que piden un milagro o agradecen por uno concedido. Los fieles más devotos, además, suelen llevarse las canicas con las que jugaba Chicho para sentirse bendecidos y facilitar su intermediación.

“Él ayuda mucho a los negociantes,ellos se llevan sus canicas y me dicen: ‘Señora, Chicho me ayuda a vender toda la mercadería’”, cuenta Edith.

—Devoción de siglo XXI—
En el fervor por el niño Chicho, el antropólogo de la PUCP José Sánchez Paredes encuentra un caso típico de devoción que surge en un contexto trágico.

“Con Chicho nació un mito, que no es una fantasía sino una forma en que la gente interpreta los hechos. Una de las funciones de cualquier religión es dar orden cuando este se quiebra. En un terremoto todo se sale de control, hay desconcierto”, dice Sánchez.

Tan importante como el contexto en el que surgió la fe por el niño Chicho es la figura materna –la de Edith–, por ser ella quien se encarga de mantener viva la memoria de su hijo.

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