Redacción EC

Alguna vez, Sabina tuvo que abrirse paso para entrar al bosque que existía en este mismo lugar. Sus pies se escondían entre las raíces enmarañadas de la selva y se demoraba 5 horas para llegar al río Manuani por lo difícil del camino. Ahora, sus pies se hunden en el desierto enlodado de mercurio en que se convierte en época de lluvia este bosque muerto en la zona de amortiguamiento de la reserva  en Madre de Dios.

En La Pampa, como se conoce a esta zona, la tristeza sopla por las copas desnudas de los árboles negros, por el agua marrón de los pozos artificiales formados por la arena removida de las retroexcavadoras que hasta octubre invadían estas tierras. También sopla por la voz de Sabina, pero no es una pena antigua. Hace cuatro años esto seguía siendo verde.

La tristeza de Sabina Valdez lleva un poco de culpa. Ella es presidenta de la comunidad de Manuani, una asociación de mineros artesanales que existe hace más de 20 años en esta área antes de que sea zona protegida. Aunque su trabajo no daña como las retroexcavadoras y trabajan con conocimiento del Ministerio del Ambiente, saben que han contribuido para vivir en un entorno contaminado.
 
La diferencia entre los de Manuani y el resto de los mineros que trabajan en La Pampa es justamente esa: Vivir ahí. “Aquí han llegado de otros lados, han acabado con el bosque y se han ido”, dice Javier Florez, otro comunero de Manuani. “¿Qué les dejamos a nuestros hijos cuando el oro se acabe?”, dice Sabina. El mismo bosque les dio la respuesta.

Es por eso que desde hace un año empezaron un proyecto de reforestación con el Consorcio Madre de Dios y el apoyo de . Hace ocho meses llevaron los primeros plantones al vivero de su comunidad y desde hace un mes esos plantones fueron sembrados en . Su plan es convertirse en reforestadores de toda la tierra muerta que quedará en un futuro cercano. 

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