Martín Vizcarra presentará un proyecto para adelantar las elecciones presidenciales y congresales. (Foto: Anthony Niño de Guzmán/ GEC)
Martín Vizcarra presentará un proyecto para adelantar las elecciones presidenciales y congresales. (Foto: Anthony Niño de Guzmán/ GEC)

Martín Vizcarra volvió a sorprender. Su “nos vamos todos” no parece una mala opción para un presidente que ha sido bueno para ganar popularidad confrontando al Congreso –y así sobrevivir con dignidad que no es poca cosa–, pero que ha carecido de la capacidad de construir una narrativa de gobierno y una coalición política que le garantice un apoyo más sostenido. La elección de la nueva Mesa Directiva del Congreso y la lenta caída de popularidad del gobierno le ponía todo muy cuesta arriba.

¿Pero llegaremos al 2020 según el plan de Vizcarra? Arriesgo algunas opiniones en momentos en los que todavía no es claro el camino para viabilizar esta opción. Descarto de plano que un rechazo del Congreso a la propuesta de Vizcarra pueda volver todo a la ‘normalidad’; estamos frente a un hecho político que solo se resuelve con más política.

Así, veo dos rutas hacia el 2020. En la primera, el Congreso acepta que Vizcarra ganó el terreno alto al poner su cargo a disposición y acepta su propuesta. Esta ruta no estará libre de conflictos, pero se mantiene una dinámica de cooperación entre el Ejecutivo y una parte del Congreso. Probablemente requiera enterrar voceros agresivos y exagerados, especialmente en la Comisión de Constitución, y que el Ejecutivo se trague algunos sapos.

La segunda es una ruta de confrontación, con un Congreso que rechaza o encarpeta el pedido del presidente e intenta reunir 87 votos para vacarlo. Sea por convicción, porque sin reelección ya tienen poco que perder o por ese apetitoso año de sueldo, parece haber un sector del Congreso capaz de defender esta opción.

Esta ruta se inicia con interpretaciones exageradas sobre alguna supuesta infracción constitucional de Vizcarra. Prepárense para todo tipo de absurdos. El Ejecutivo respondería con nuevas cuestiones de confianza, también seguro exageradas, para hacer lo que se intentó evitar con la estrategia actual: disolver al Legislativo sin un soporte constitucional claro. En esta ruta, la Constitución ya importa poco; será un pulseo a lo bruto. Y probablemente con la opinión pública de árbitro final. A los que les preocupa la inestabilidad y el crecimiento, debería asustarlos más esta ruta que la salida planteada.

¿Qué determinará que se vaya en una dirección u otra? Considero que dos aspectos son fundamentales. Primero, el papel que decida jugar Pedro Olaechea desde la presidencia del Congreso. Si cree que ser presidente transitorio le dará más capital político hacia el futuro, o si escucha a sus aliados radicales, pues seguro embarcará al Congreso en un choque de trenes. Si por el contrario es consciente de la irritación que produce el Legislativo y evalúa las ventajas de ser uno de los timoneles de la renovación, la primera ruta se vuelve más atractiva. Un primer dato crucial que debe tener en cuenta es si esos 87 votos existen.

Pero creo que el factor clave que determinará la conducta de los distintos grupos en el Congreso es la opinión pública y su nivel de movilización. Si las encuestas salen flojas en apoyo a Vizcarra, si no hay una temprana presión ciudadana, es probable que tengamos un Congreso envalentonado. Si, por el contrario, las cifras apoyan el adelanto de elecciones, y desde la calle queda claro que no se tolerará un Congreso gobernando o un presidente vacado, veremos más cooperación. Considero que en estos dos niveles se juega el año que tenemos por delante.