Esta semana nuestros congresistas decidieron tomarse al pie de la letra lo de “padres de la patria”. O, al menos, de padres de los niños y adolescentes de la patria. Es difícil explicar de otra manera que sientan tener suficiente patria potestad sobre ellos como para decidir lo que podrán comer o no al margen de lo que sus otros padres, los no parlamentarios, puedan pensar.

En efecto, el Congreso ha aprobado una ley que intenta combatir el consumo de “comida de bajo contenido nutricional” (básicamente cualquier cosa que tenga “grasas trans, alto contenido de azúcar, sodio y grasas saturadas”) en los menores de edad. De hecho, en el caso de las llamadas “grasas trans” el fin es “eliminar” su consumo: “en cuanto a los alimentos con contenidos de grasas trans el reglamento –manda la ley– establecerá un proceso gradual de reducción hasta su eliminación”. Así pues, el Congreso quiere acabar con las papas fritas.

Por otra parte, mientras llega esta eliminación gradual, habrá una eliminación inmediata de cualquier tipo de publicidad que esté dirigida a vender este tipo de comida a niños o adolescentes. Y es que, si bien la ley no hace esta prohibición absoluta directamente, su enumeración de los tipos de publicidad que deja afuera de lo lícito no parece dejar ventanas libres. Después de todo, va desde la publicidad que ofrece premios y regalos por el consumo, o la que usa personajes públicos (ficcionales o no); hasta la que muestra “porciones no apropiadas […] a la situación del público a la que están dirigidas”, o la que genera ganas de consumir la comida en cuestión con un “sentimiento de inmediatez”; pasando en el intermedio por todos los recursos publicitarios más comunes.

Por lo demás, queda terminantemente prohibida la venta de la comida de bajo contenido nutricional en los quioscos y comedores de los colegios. ¿Será este el adiós al chocolate, al helado o al caramelo del recreo?

El problema con esta ley, desde luego, no es solo que los padres de la patria hayan decidido jugar a ser padres literales, sino que, a la hora de hacerlo, hayan actuado también como padres arbitrarios.

La comida de bajo contenido nutricional no será saludable pero tampoco es arsénico, como para ser objeto de una persecución que, en buena cuenta, busca prohibir que sea ofrecida a los niños. Un chocolate o una hamburguesa de vez en cuando no enferman a nadie y, en cambio, sí pueden proporcionar muchos momentos alegres, como más de uno recordará de su infancia. Lo de la “cajita feliz” no es solo un decir.

Las complicaciones aparecen, por supuesto, con los abusos en el consumo, particularmente cuando estos van sumados a otros estilos de vida – como el sedentarismo– poco saludables. ¿Pero, de veras espera el Congreso que aquellos padres que hoy alimentan irresponsablemente a sus hijos dejarán de hacerlo porque él pone trabas a la publicidad de algunos comercios (está claro que la fiscalización solo alcanzará a los grandes y formales) de comida de bajo contenido nutricional? ¿O cree más que lo niños empezarán a preferir el brócoli sobre las hamburguesas si dejan de ver a estas últimas en la televisión junto con sus héroes favoritos?

Si es que sí cree cualquiera de estas cosas, sería interesante saber sobre qué bases. Porque existe amplia evidencia en contra. Por ejemplo, luego de varios años desde que medidas similares se implementaron en países como Canadá, Noruega o Suecia, no han bajado significativamente las tasas de sobrepeso infantil en ellos (en los últimos dos, de hecho, son muy similares a las de otras naciones europeas que no aplican la medida). Y existe también evidencia de que en Estados Unidos los niños siguen aumentando sus niveles de obesidad pese a que ven cada vez menos televisión y, por lo tanto, comerciales de comida rápida (porque prefieren Internet, los videojuegos y las películas).

Y para seguir hablando de arbitrariedad, no parece que sea la intención de nuestros legisladores el combatir, por ejemplo, el consumo por parte de menores de nuestra hoy tan justamente celebrada comida peruana, aunque hay muy poco que decir sobre lo saludables que son unos buenos chicarrones o un exquisito lomo saltado o unos deliciosos picarones.

Se necesita, en fin, mucho más que los votos de 57 legisladores para mejorar los hábitos alimenticios. Esta es una de esas tareas en las que no se puede vencer sin antes convencer. Y eso, cuando se trata de menores, quiere decir convencer a los padres, no tratar de suplantarlos.