Recientemente, el presidente de la República realizó ciertas declaraciones sobre el desarrollo agrícola peruano en las que vale la pena detenerse. Entre otras cosas, el señor Humala manifestó: “Nos hacen creer que el minifundio no es rentable. Por lo tanto [nos dicen que] tenemos que apuntar al latifundio. Yo no creo eso”. Además, agregó: “Quiero apoyar a los pequeños agricultores [] porque los grandes [agricultores] dicen que no son eficientes. Claro, si los pequeños tuvieran la plata que tienen los grandes sería otra cosa”.

Por último, concluyó: “No es un tema de capacidades, es un tema de oportunidades, y nosotros queremos dar la oportunidad para que también el minifundio y los pequeños agricultores demuestren que son tan igual o más eficientes que los grandes que piden regímenes especiales”.

En este Diario celebramos que el presidente esté en contra de conceder regímenes especiales u otros privilegios a empresas grandes (o de cualquier tamaño). También aplaudimos que su gobierno quiera buscar medidas para que los minifundios y pequeños agricultores (pero también los medianos y grandes) se vuelvan más eficientes. No obstante, nos preocupa que detrás de las palabras del señor Humala, realmente, se esconda la intención de reanimar una pésima idea que el Ejecutivo y el Congreso tuvieron el desacierto de engendrar el año pasado: el proyecto de ley para establecer límites a la tenencia de tierras agrícolas.

La principal objeción que tenemos contra ese proyecto es que trata de solucionar un problema que no es tal: la concentración de la mayoría de tierras agrícolas en la mano de unos pocos latifundistas.

Para empezar, hay que señalar que hoy de los 7,6 millones de hectáreas con potencial para uso agrícola solo se utilizan 5,4 millones. En vez de acaparamiento, hay desaprovechamiento, por lo que el gobierno, más bien, debería estar promoviendo que la tierra que no se usa se cultive. Al mismo tiempo, para el proyecto de ley nadie debería tener más de 25.000 hectáreas de tierra agrícola, pero resulta que esa extensión equivale solo al 0,1% del mercado de tierra agrícola. Es decir, un tamaño de plantación que, bajo ningún concepto, puede entenderse como acaparamiento.

Por otro lado, tampoco es un problema que haya varias grandes empresas agrícolas. De hecho, es una buena noticia porque suelen ser más productivas y rentables que las de menor tamaño, a diferencia de lo que parece entender el señor Humala.

Nadie discute que para algunos agricultores el minifundio pueda ser rentable, ni que haya espacio para ellos en el mercado. Incluso, como hemos mencionado en un editorial anterior, los resultados preliminares del IV Censo Nacional Agropecuario muestran que la productividad de los minifundistas ha venido aumentando en el tiempo, probablemente gracias al mayor acceso a capital, tecnología y medios de comunicación. Su rentabilidad, sin embargo, no es comparable con la de agricultores que utilizan mayores extensiones de terreno por las ventajas que trae cultivar a gran escala.

Una empresa agrícola que tiene plantaciones de tamaño considerable, por ejemplo, puede justificar financieramente inversiones que aumentan la productividad de manera significativa, como tecnología de última generación o mano de obra más calificada. Mientras que a dicha empresa le podría salir a cuenta, digamos, contratar ingenieros agrónomos y administradores con estudios en el extranjero, los menores márgenes de ganancia de un minifundista podrían justificar, quizá, únicamente emplear a los propios familiares en sus campos.

Además, operaciones de gran tamaño permiten comprar insumos en volúmenes importantes por los que es posible obtener descuentos, así como tener una mayor variedad de plantaciones, lo que a su vez reduce el riesgo del negocio y amplía sus posibilidades comerciales. Es más, según el Instituto Peruano de Economía, la principal explicación del auge de las exportaciones (sobre todo las no tradicionales) en los últimos años ha sido el aumento del volumen exportado (y no tanto el incremento de los precios): las exportaciones aumentaron 515% aproximadamente en volumen entre 1994 y el 2011.

Limitar la tenencia de tierra, por otro lado, detendría el avance de una de las carretas que más fuerte tira del esfuerzo nacional por superar la pobreza. Y es que los medianos y grandes agricultores han sido los principales protagonistas del ‘boom’ agroexportador, que ha permitido que el jornal promedio en zonas de alta pobreza aumente de S/.8,4 a S/.21 entre el 2001 y el 2011, pudiendo llegar incluso hasta casi S/.70 en regiones como Arequipa, o más de S/.40 en Ica.

En la realidad, no existe un problema de acaparamiento de tierras y no hay por qué tenerle miedo a las grandes empresas agrícolas, pues su tamaño solo asegura mejores productos y precios a los consumidores. Ojalá, pues, que el presidente no vaya a desperdiciar esfuerzos cazando un fantasma.