Esta semana el presidente Evo Morales ha sostenido que la Alianza del Pacífico (AP), que integramos junto con los otros tres estados de la región que vienen siguiendo consistentemente políticas de libre mercado (Chile, Colombia y México), es parte de una “conspiración” gestada “en el norte” (léase: en Estados Unidos) para hacer que fracase Unasur.

Como se sabe, Unasur es una unión de naciones latinoamericanas mucho más grande (tiene 12 miembros, incluyendo a tres de los de la AP) y que está fuertemente influenciada por la ideología proteccionista de varios de sus más protagónicos socios: Argentina, Bolivia, Ecuador y Venezuela.

En efecto, pese a las inspiradoras declaraciones de fraternidad y solidaridad latinoamericanas que normalmente emite, en los dos años y medio que tiene de fundada Unasur no ha hecho nada por eliminar barreras y facilitar así el intercambio comercial entre sus estados-parte. En contraste, la AP, en poco más de un año de vida, ya ha decidido la liberación de aranceles para el 90% del comercio internacional existente entre sus estados miembros y apunta a tener liberado el 100% dentro de muy poco –es decir, a convertirse en una zona de libre comercio–.

Así pues, la AP y Unasur parecen ser la traducción a nivel de la “integración” internacional de dos modelos de desarrollo opuestos. Uno primero, que cree que cuanto menos barreras haya en un sistema para el comercio más riqueza podrán generar los miembros de ese sistema (y lo mismo cuantas más personas formen parte de este; esto es, cuanto más grande sean los mercados a los que pueda venderle cada productor). Y otro segundo, que cree que hay que “proteger” a la producción local –privada o estatal– de la competencia extranjera y que ve por tanto como una amenaza el libre tránsito internacional de bienes y servicios.

Es cierto que este segundo modelo parece ser por naturaleza antiintegración, haciendo que sus intentos “integracionistas”, como el de Unasur, evoquen la imagen de un grupo de personas que quieren abrazarse mientras se niegan a descruzar los brazos. Pero ahí están, en cualquier caso, estos intentos, y se defienden sosteniendo que ellos tratan de los lados más humanos –y no tan prosaicos, como el económico– de la integración internacional. El presidente Correa, por ejemplo, ha tratado de explicar esta diferencia diciendo que mientras Unasur buscaría “crear una gran sociedad de ciudadanos en la región”, la materialista AP estaría buscando únicamente “crear un gran mercado”. Y, sin embargo, no deja de ser irónico que haya sido justamente la AP la que, en su afán por “crear un gran mercado”, haya dado pasos firmes hacia una zona de libre circulación de personas, liberando de la obligación de usar visas de negocios a los ciudadanos de su respectivos países miembros.

Sea como fuera, en este marco de cosas la declaración hecha por el presidente Morales sobre la AP como proyecto para sabotear a Unasur solo puede entenderse si es que él está inconscientemente al tanto de los beneficios del libre comercio y de la ampliación de mercados, y si es que teme, por ende, la buena performance que pueda tener la AP. Después de todo, dado que se trata de dos sistemas de integración paralelos y no excluyentes, la única manera posible en que la AP podría perjudicar a Unasur sería teniendo un éxito que multiplique la riqueza de las sociedades de sus estados-miembros y que ponga, por consiguiente, aun más en evidencia el fracaso del sistema que predomina en los países que llevan la voz cantante en Unasur.

En otras palabras, la AP solo puede dañar el proyecto de Unasur por vía de comparación o, si se prefiere, en la cancha. Y eso –poder ver qué funciona mejor en la realidad– tendría que ser bueno para todos. Salvo, claro, para los que sospechan que no les va ir bien en la comparación.

En suma, en la AP Evo Morales no teme a Estados Unidos (que, por lo demás, no forma parte de la alianza). Teme a la competencia. Esa que se puede dar a nivel de sistemas económicos igual que a nivel de licuadoras. Y esa que, al permitir que la gente vea, compare resultados y escoja “desde abajo”, amenaza el piso de los caudillos mesiánicos que pretenden para sus sistemas lo que exigen para ellos mismos: que no haya quien los contraste.