Si hay un indicador económico que cualquier peruano que vivió en la década de 1980 entiende, es la inflación. Quien haya vivido en ese período, por más que no sea economista, sabe que la inflación es una suerte de ladrón que, silenciosamente, roba el valor de nuestros sueldos y ahorros. Por suerte, las reformas macroeconómicas iniciadas en la década de 1990 pusieron fin a ese problema y nos convirtieron en esta materia en un país ejemplar.

Prueba de ello es la publicación recientemente revelada por la Latinvex basada en las proyecciones del Fondo Monetario Internacional (FMI), la consultora Mercer y la Universidad Torcuato Di Tella: durante este año, el Perú gozaría de un aumento salarial de 5,7%, que, junto con una inflación aproximada de solo 2,5%, resultaría en un aumento del poder adquisitivo de 3,2%. Así, se espera que nuestro país y Uruguay sean los países de América Latina cuya población tendrá un mayor aumento de poder adquisitivo (más del doble que el promedio regional).

La receta para la estabilidad de precios, al menos en el caso peruano, se basó principalmente en disciplina fiscal y monetaria, independencia del Banco Central de Reserva y ausencia de distorsiones microeconómicas (entre otras, controles de precios). Esta receta, lamentablemente, no ha sido seguida por otros países latinoamericanos, como Venezuela y Argentina, que, junto con Honduras y Nicaragua, forman el cuarteto de naciones cuyo poder adquisitivo se espera que baje durante el 2013 debido a que todo apunta a que en dichas naciones la inflación superará con creces el aumento de los sueldos.

Venezuela y Argentina comparten un problema económico: tienen un Banco Central sin independencia que emite moneda descontroladamente para poder financiar el gasto irresponsable del Gobierno Central. Y, como le sucedió al Perú en la década de 1980 (cuando el Banco Central emitía moneda para poder pagar las cuentas en rojo del gobierno), mientras más moneda se imprime, más valor pierde el dinero existente, y los precios de los bienes, en consecuencia, suben.

Ambos países, además, distorsionan sus precios controlándolos por decreto. En Venezuela, por ejemplo, como si la ley pudiera cambiar la realidad por arte de magia, se ha promulgado la “ley de costos y precios justos”, que ha vuelto ilegal el aumento de precios (que irónicamente es causado por el propio gobierno al imprimir moneda). Esta ley fue calificada como producto de alucinaciones, incluso por analistas de la izquierda venezolana. Y, como siempre sucede, el control de precios a su vez conlleva escasez porque a los empresarios les deja de ser rentable producir, lo que genera también mercados negros con precios aun más altos.

En Argentina, para colmo, la gravedad de la situación inflacionaria es difícil de estimar. La razón es que el gobierno de Cristina Fernández parece haber perdido todas las esperanzas de arreglar el desorden económico que ha creado y ha optado por simplemente maquillar las cifras oficiales, al punto de que instituciones como “The Economist” han decidido no utilizarlas por ser evidentemente falsas. Según esta publicación, el gobierno incluso trató de obligar a la funcionaria del Instituto Nacional de Estadísticas, encargada de elaborar el Índice de Precios al Consumidor, a eliminar los decimales en el cálculo de la inflación en vez de redondearlos, para así obtener un cálculo anual que podría haber llegado a la mitad de la cifra real. El FMI, inclusive, emitió una declaración de censura (la primera en su historia) que insta al país gaucho a “mejorar la calidad de los datos oficiales”.

Populismo, ambición de poder o incapacidad ya no parecen ser motivos suficientes para explicar lo que sucede en Venezuela y Argentina. La única aparente explicación es que los gobernantes de estos países están ciegos, pues solo así se entendería que sigan caminando hacia un inevitable barranco. En todo caso, es importante que volvamos a aprender la lección que nos enseñó la década de 1980 mirando a países como Venezuela y Argentina y celebremos que nuestros gobernantes, por suerte, hace tiempo que abrieron los ojos.