El Banco Mundial (BM) publicó recientemente un informe que presenta cifras alentadoras. La clase media (entendida como aquellas personas que ganan entre US$10 y US$50 al día) ha crecido en América Latina, habiendo salido 50 millones de personas de la pobreza entre el 2000 y el 2010. Según el BM, este avance ha significado que la pobreza moderada disminuyese de más del 40% a menos del 30% y que la clase media pasase de 100 millones a 150 millones de personas.

El informe compara también la influencia que han tenido el crecimiento económico y las políticas redistributivas en la mejora de los ingresos de los latinoamericanos: con mucho, el primero ha sido el factor decisivo. Salvo excepciones, como Brasil o Paraguay, en el resto de países (incluido el Perú) el 75% (en promedio) del aumento de la clase media para el período 1995-2010 se explica por el crecimiento económico.

El desarrollo de la economía latinoamericana es innegable. El producto bruto interno (PBI) per cápita creció a una tasa anual de 2,2% entre el 2000 y el 2010. Como resalta el BM, si bien no llegamos a la velocidad de crecimiento de los países asiáticos, la región ha mejorado sustancialmente en comparación con el pasado: en la década de 1980 se decreció en una tasa de 0,2% anual y en la década de 1990 se creció a una tasa de solo 1,2% al año.

Ahora bien, ¿qué podría explicar que el crecimiento económico sea una receta más efectiva para la inclusión que las políticas redistributivas? Lo más evidente es que la sola redistribución consiste en dividir los pocos peces que hay en una canasta en pequeños pedazos, mientras que el crecimiento consiste en aumentar las posibilidades de que los ciudadanos se conviertan en pescadores. Fomentar el crecimiento, después de todo, supone establecer las condiciones para que más personas creen nuevos negocios que satisfagan más necesidades del resto de ciudadanos. Y en ese proceso no solo generan riqueza para los empresarios, sino más oportunidades laborales y más y mejores productos al alcance de todos. La redistribución solo reparte la riqueza. El crecimiento la multiplica.

Asimismo, el crecimiento como estrategia de superación de la pobreza es mucho más sostenible que la redistribución. Esta última es un soporte frágil para la clase media porque depende de que el Estado administre y reparta adecuadamente la riqueza que unos pocos producen. Si estos últimos o el Estado fallan, la fuente de ingresos de la mayoría se desvanece. El crecimiento, en cambio, permite que la prosperidad descanse en los hombros de todos y no de solo algunos.

Por lo demás, el crecimiento frente a la sola redistribución tiene otra enorme ventaja: empodera. No solo porque contar con mayores recursos brinda más opciones de vida, sino también porque cuando se logran las condiciones para que los ciudadanos produzcan su propia riqueza se les permite ser independientes de gobiernos populistas que usan el asistencialismo para ganar favores y permanecer en el poder. Esta es una forma en la que el desarrollo económico colabora con la democracia.

No faltarán, por supuesto, quienes intenten verle un lado amargo a la noticia y denuncien que toda esta mejora tiene un costo: el ensanchamiento de las diferencias sociales. En pocas palabras, que la distancia entre ricos y pobres se vuelva mayor. Como ya hemos dicho antes, si eso fuese cierto habría que preguntarse, como lo hizo Churchill, qué es mejor: ¿el modelo cuyo vicio es que todos avancemos a velocidades distintas o aquel cuya virtud es que todos, juntos, nos estanquemos en el mismo hoyo? Afortunadamente, la pregunta parece ni siquiera ser necesaria, pues resulta que las desigualdades no han aumentado en América Latina. Según el BM, en la década del 2000 se observó una disminución de las disparidades de los ingresos en 12 de los 15 países para los cuales hay datos disponibles. Y en el caso del Perú, la desigualdad de ingresos per cápita de los hogares cayó alrededor de 8%, la caída más alta de entre los países de este grupo.

Si bien todavía hay mucho trabajo por hacer para vencer la pobreza, estas son buenas noticias. Salvo, por supuesto, para quienes viven de perpetuar falsas ideas sobre el desarrollo.