En los últimos días el presidente Correa ha vuelto a prodigarse sobre la prensa. De todas sus declaraciones al respecto, las que mayor difusión han tenido entre nosotros han sido, por razones obvias, las que hizo en presencia – y con el aparente beneplácito de ocasión– del presidente Humala. Estas expresiones, sin embargo, han sido las más inofensivas entre las que ha pronunciado Correa. Después de todo, ¿qué tan lejos se puede ir en el intento de convencer a alguien diciendo que “la prensa publica cochinadas”? No mucho, si tomamos en cuenta, por ejemplo, que las personas se enteran de estos dichos porque la prensa los publica.

No ameritan, pues, mucha atención afirmaciones infantiles como estas. La mayoría de las personas se da cuenta de que hay prensa que publica “cochinadas” y hay prensa que no. Y que aún esta separación contiene, como todo en la vida, diferentes grados de grises, siendo el caso que ni la prensa que publica cochinadas ni la que las evita logran hacerlo todo el tiempo (salvo, naturalmente, excepciones).

Las declaraciones de Correa que vale la pena contestar son otras. Concretamente, aquellas en las que dijo que si la libertad de prensa es tan importante como se dice no debería estar “en manos de privados con fines de lucro” sino de “medios públicos sin fines de lucro” – es decir, que debería ser “función del Estado, como la justicia”. Y vale la pena contestarlas no porque respondan a buenas razones, sino porque son el tipo de argumento con el que en los últimos años se han justificado una serie de atropellos contra la libertad de prensa en varios puntos de nuestro subcontinente (como Venezuela, Argentina y el mismo Ecuador). Y también porque son muy parecidas a las cosas que no hace tanto repetía en el Perú el entonces candidato Humala (aunque –es justo reconocerlo– luego parece haber dejado estas ideas definitivamente atrás).

Lo dicho por Correa se sustenta en dos asunciones complementarias: que quien tiene afán de lucro tiene interés en manipular y engañar a la opinión pública, mientras que el Estado, en cambio, no lo tiene.

Es difícil determinar cuál de las dos ideas es más falaz. Lo del Estado, por ejemplo, parece lógico, hasta el momento – que tendría que llegar rápido– en que uno se da cuenta de que “el Estado”, ese ente abstracto que no tiene más intereses que los de la sociedad a la que sirve, acaba siempre y necesariamente encarnado en un “Gobierno” y/o un “Congreso” formados por políticos de carne y hueso, quienes poseen invariablemente sus intereses propios y, ciertamente, no siempre coincidentes con los de la sociedad. Precisamente, uno de los principales motivos por los que existe la prensa es para investigar e informar a la ciudadanía de las cosas que quienes están en el Estado preferirían que no supiera. Algo con lo que difícilmente podría cumplir si es que ella dependiera de ese mismo poder estatal. ¿O alguien recuerda la última revelación importante que hicieron Canal 7 o “El Peruano”?

Por otra parte, la idea de que el fin de lucro incentiva a la prensa privada a engañar a sus consumidores es peregrina. De hecho, es más bien lo contrario: los medios privados intentan manipular a su público solo bajo su propio riesgo. Lo que los medios vendemos es, sobre todo, nuestra credibilidad y, todos los que tenemos algún tiempo importante en el negocio sabemos bien que cualquier daño a esta puede traducirse rápidamente en nuestro número de lectores y, consiguientemente, de anunciantes. Para un medio, entonces, torcer las cosas en aras de apoyar algún interés o apuesta particular, sea político o de negocio, no es solo un resquebrajamiento de su ética periodística; es también una mala decisión de negocio, al menos si el medio en cuestión tiene vocación de largo plazo.

Por lo demás, justamente porque no existimos en un modelo monopólico como el del sistema de justicia que propone Correa, los medios tenemos que confrontarnos constantemente con versiones y opiniones diferentes sobre la realidad a aquellas que nosotros damos, lo que hace mucho más difíciles los intentos de distorsión y deja el poder final, siempre, en manos de ese ciudadano que cualquier día puede optar por pasarse a leer/escuchar/mirar a la competencia.

En suma, de la misma forma que el afán de lucro no se opone al de buscar la verdad, sino más bien lo contrario, la falta del mismo no garantiza que las autoridades estatales no la ocultarán o distorsionarán, ni mucho menos. Y para prueba, las declaraciones del presidente Correa.