Solo el 40% de latinoamericanos aporta a algún sistema previsional y, por tanto, tendrá acceso a una pensión en su vejez. Si cree que esta noticia es dramática, espere a escuchar la siguiente: en el Perú únicamente el 25% de peruanos en edad de trabajar aporta a una AFP o a la ONP (de hecho, somos el segundo país donde menos ciudadanos aportan a uno de estos sistemas, después de Bolivia). Esto significa que, al día de hoy, suman casi 15 millones los compatriotas que al llegar a la edad de jubilación no tendrán una forma segura de subsistencia.

¿Por qué tan pocos peruanos guardan pan para mayo? Para empezar porque, bajo la excusa de querer “proteger” a los trabajadores, el Estado ha creado una regulación laboral onerosa y rígida. Debido a ella, los costos no salariales del trabajo representan más del 60% de la planilla y a muchas empresas solo les es rentable emplear gente en la informalidad. Esta última, a su vez, es una de las razones por las que 6 de cada 10 trabajadores no tienen contratos formales y laboran en un mundo donde no se les incorpora a ningún sistema pensionario. Un hecho que evidencia que la sobreprotección laboral realmente desprotege a la mayoría de trabajadores peruanos.

Ahora, para terminar con esta excluyente situación, no basta con resolver el anterior problema. Tenemos que volver más atractivos los sistemas previsionales para que más gente se anime a cotizar en ellos.

En el caso de las AFP, la forma de lograrlo no es ciencia oscura. Hoy estas tienen más de US$1.000 millones estancados sin invertir, lo que reduce su rentabilidad. Ello, en parte, porque les es difícil encontrar nuevas oportunidades de inversión en el país y existe un límite de colocaciones en el extranjero del 36%. Límite que, dicho sea de paso, es fijado con la finalidad de obligar a las AFP a que financien proyectos en el Perú, un uso que no se condice con el objetivo del sistema: lograr la mayor rentabilidad y el menor riesgo posible para sus afiliados.

Además de terminar con ese límite, sería importante explorar la posibilidad de volver más atractiva la cotización en una AFP permitiendo usos alternativos de los aportes. Por ejemplo, David Tuesta, economista jefe de la unidad de inclusión financiera del BBVA, sugiere que después de diez años de contribución parte del fondo pueda usarse para comprar una vivienda, o que se diseñe algún producto financiero que permita utilizar una porción de dicho ahorro como garantía para proyectos productivos. Tuesta, asimismo, propone que para atraer más independientes se contemple la posibilidad de permitir retiros parciales en situaciones de emergencia.

El caso del sistema público es más complicado. Aquí, no debería fomentarse que cualquier persona se afilie a él, sino solamente aquellas que no serán capaces de generarse autónomamente una pensión mínima. La razón es que hoy, más que un sistema de ahorro para la vejez, este es un paquidérmico programa social que demanda un enorme subsidio estatal, pues siempre es necesario que de la olla salga más que lo que los aportantes ponen en ella. Y no hay justicia cuando el Estado subsidia a quien verdaderamente no lo necesita.

Al margen de eso, hay varias otras cosas que hacer con el sistema público. Por ejemplo, permitir que el aportante que contribuyó por menos de 20 años y no tiene derecho a una pensión igual pueda retirar sus aportes. Y es que, cuando alguien no tiene la suerte de tener un trabajo estable, es poco atractivo aportar a un sistema donde nada garantiza que el Estado no expropiará tu dinero. Del mismo modo, sería importante buscar una vía para que las inversiones que realiza la ONP sean más eficientes, pues sus afiliados hoy enfrentan riesgos absurdos ya que el Estado, por razones políticas, puede forzar a dicha institución a realizar inversiones de dudosa rentabilidad (como por ejemplo financiar algunos megaproyectos públicos).

Si el gobierno quiere cambiar el destino de los millones de peruanos que no tendrán una pensión en su vejez, hay mucho que puede hacer. Solo falta la voluntad política de comprarse unos cuantos pleitos para poder hoy sembrar el trigo que se convertirá en pan el día de mañana.