Nicolás Maduro, tras conocer los resultados de la elección presidencial de Venezuela, exclamó muy entusiasmado: “Este triunfo es un homenaje al comandante Hugo Chávez, que ahí está mirándonos, desde su balcón, el balcón del pueblo”. Maduro, sin embargo, parece no ser consciente de que si fuese cierto que Chávez puede desde algún lugar mirar a su país, muy probablemente estaría tapándose los ojos. Y es que todo apunta a que estamos por presenciar los últimos años del chavismo, pues difícilmente el régimen podrá remontar los problemas que tiene al frente.

Para empezar, sin Chávez la popularidad del chavismo se encuentra en jaque. Prueba de ello es que mientras el difunto mandatario se impuso a Capriles en las elecciones de octubre por una diferencia de 1,6 millones de votos, Maduro solo ha sacado una ventaja de alrededor de 200.000. Ello a pesar de contar con todo el aparato populista del gobierno heredado de su antecesor y de otras ventajas como, por ejemplo, que el canal del Estado le dedique 65 horas de pantalla en la campaña mientras que a su contendor 23 minutos.

Maduro, por otro lado, no parece tener el poder que sí tenía Chávez para aglutinar a sus seguidores y tiene un importante competidor dentro de su partido. Ya era conocido que Diosdado Cabello, presidente del Parlamento y primer vicepresidente del Partido Socialista Unido de Venezuela, parece tener interés en ser él quien encabece el chavismo. Incluso, según algunos medios internacionales, habría tenido acercamientos con Washington a espaldas de Maduro para conseguir su apoyo. Y luego de conocerse los resultados de las elecciones, Cabello aprovechó los apretados resultados para darle un puntillazo al electo presidente, señalando que “[a] profunda autocrítica nos obligan estos resultados” y que “busquemos nuestras fallas hasta debajo de las piedras pero no podemos poner en peligro a la patria ni el legado de nuestro comandante”. El chavismo, entonces, también corre el riesgo de quebrarse por dentro antes de que lo quiebre la oposición.

Además, fuera de los conflictos que Maduro ya tiene con sus electores y con su partido, tiene que lidiar con una serie de problemas económicos que tranquilamente pueden terminar con la popularidad que le queda al régimen. Los venezolanos se enfrentan con supermercados donde no pueden encontrar productos de primera necesidad y las empresas estatales de servicios públicos no pueden garantizar la continuidad de ningún servicio (nada de esto, por lo demás, debería sorprender, pues es lo que sucede naturalmente en un sistema socialista que destruye los incentivos privados para producir). Paralelamente, los sueldos y ahorros de los venezolanos son devorados por una de las tasas de inflación más altas del mundo. Y remontar todos estos problemas requeriría de un drástico ajuste económico –pensemos en el Perú de principios de la década de 1990– que sentirán duramente los ciudadanos en sus bolsillos y que volverá muy impopular a quien lo ejecute.

Adicionalmente, la posibilidad de hacer populismo a través de los programas sociales también se le va reduciendo cada vez más a Maduro. Primero, porque estos dependían de las utilidades del petróleo que cada vez disminuyen más, pues la ineficiencia de PDVSA ha llevado a que en diez años la producción petrolera decrezca a una tercera parte. Esto, sumado a la tendencia a la baja de los precios del petróleo, está cerrando el caño de los ingresos públicos. Segundo, porque la capacidad de endeudarse para financiar gastos públicos cada vez es más limitada, pues Venezuela ya tiene el déficit fiscal más alto de la región. Así, es muy probable que los sectores pobres que Chávez había fidelizado mediante programas asistencialistas se le volteen a Maduro una vez que se acabe el dinero.

Lo cierto es que Venezuela se desmorona por varios lados y, con el país, el chavismo. Tanto así, que puede ser que lo que más le convenía a Capriles era perder esta elección, para no tener que heredar el desastre actual y para que la población no le atribuyese a un gobierno suyo los problemas gestados por Chávez. Tal como han salido las cosas, parece que la victoria de Maduro podría ser solo el principio del fin del chavismo.