El 31 de diciembre nos sorprendimos con el escape de varios internos del Centro Juvenil de Diagnóstico y Rehabilitación de Lima (más conocido como ‘Maranguita’). Al día siguiente nos volvimos a llevar la misma sorpresa. En total, 27 menores fugaron del centro, incluido el ya famoso sicario ‘Gringasho’, que a comienzos de año había logrado huir de un centro en Trujillo. Esta fuga se suma a la de tres internos más que escaparon en setiembre cortando la reja de una ventana.

El de seguridad, desgraciadamente, no es el único problema que enfrenta ‘Maranguita’. La institución alberga a más de 700 personas cuando solo tiene capacidad para 370. Esta situación de hacinamiento es (además de inhumana) absurda, teniendo en cuenta que la venta del local permitiría obtener recursos para trasladar el centro a un lugar con infraestructura adecuada. Según el presidente de la Cámara Peruana de la Construcción, el local podría ser vendido hasta por 49 millones de dólares. Para tener una idea del tipo de reclusorio que se podría implementar con este presupuesto, basta notar que la construcción del penal de máxima seguridad Piedras Gordas II tiene una capacidad para 2.200 internos y costó S/.80 millones.

‘Maranguita’, desgraciadamente, no es el único centro de rehabilitación para jóvenes que atraviesa problemas. El Centro Juvenil Almirante Miguel Grau de Piura alberga casi el doble de la población para el que fue diseñado y durante el último año reportó varias fugas. Y el Centro Juvenil de Rehabilitación y Diagnóstico de Trujillo sufre de una sobrepoblación del 50% y en una requisa realizada esta semana se hallaron 16 objetos punzocortantes, un celular y tres chips.

Los centros de readaptación de jóvenes parecen ser un espejo de lo que sucede en nuestras cárceles. En ambos, los reclusos viven en condiciones inhumanas y la falta de seguridad es mayúscula. Un informe de la Defensoría del Pueblo da luces sobre las condiciones de las prisiones. Hoy en día existe un 40% de presos sin celdas. Dos psiquiatras y 63 médicos atienden a alrededor de 49.000 internos. Las principales mafias de secuestradores, ladrones, sicarios y narcotraficantes desarrollan sus operaciones desde las propias instalaciones. Todo esto ha generado que las condiciones de las actuales cárceles hagan que, en la práctica, una sentencia de prisión equivalga a una de tortura.

Será imposible reformar los centros de rehabilitación juvenil y las prisiones si quienes los manejan no se vuelven realmente responsables de lo que sucede en ellos. Y una forma de lograr esto es concesionarlos. Así, quienes los manejen tendrán una poderosa razón para cumplir con las condiciones humanitarias y de seguridad establecidas en su contrato: no perder su negocio.

Esto no es pura teoría. Las cárceles privadas que existen en Estados Unidos desde hace 25 años están ahí para mostrar sus ventajas. Diez años después de implementado este sistema, el 50% de las cárceles privadas había logrado una acreditación independiente que certificaba buenos niveles de seguridad y trato a los internos, mientras que solo el 10% de las estatales pudo acreditarse. Además, en los penales privados la tasa de escapes es diez veces más baja que el promedio estatal y la de violaciones es la mitad.

Hay quienes, no obstante, temen que las cárceles privadas cuesten más que las públicas (aunque por su mayor eficiencia, el costo de mantener a los presos en las cárceles privadas de Estados Unidos es hasta 30% menor). Pero no podemos olvidar que los costos que hoy ya pagamos por tener los centros de rehabilitación para jóvenes y las prisiones en su actual situación son demasiado altos.

Más allá de las fugas y la consecuente inseguridad ciudadana que suponen, el mal manejo de los penales lleva a que, según la policía, el 95% de llamadas de extorsión salga de la propia cárcel. Y eso sin tener en cuenta que, con nuestra indiferencia, estamos aceptando que nuestros reos sean tratados de una forma que, además de inhumana, impide cualquier tipo de resocialización.

Dostoievski dijo que el grado de civilización de una sociedad se mide por el trato a sus presos. Qué mal habla del Perú ‘Maranguita’ o cualquier reclusorio para jóvenes o adultos. Quedarnos de brazos cruzados no es más que una inmoralidad.