El ministro de Economía ha anunciado que “estamos entrando en un estado de vacas menos gordas”.

Ha escogido bien sus palabras el ministro: no se puede hablar propiamente de “vacas flacas” porque el crecimiento esperado para el país en este año, pese a todas las reducciones que ha sufrido, sigue siendo bastante superior al promedio mundial y respetable en términos absolutos. Ciertamente, todos los nuevos estimados continúan hablando de cifras con las que la pobreza seguirá reduciéndose anualmente, si bien a cifras menores que las hasta ahora experimentadas. Así pues, pese a todas las oportunidades desaprovechadas y las muchas contradicciones, vuelve a hacerse evidente que todos estos años de mantener la misma dirección en favor de la inversión privada y el libre mercado siguen pagándonos buenos dividendos –entre otras cosas, porque nos han hecho una economía más diversa de lo que se cree.

Es indudable, no obstante lo anterior, que la economía peruana ya no continuará teniendo tanto viento a favor como hasta acá y que requerirá de esfuerzos nuevos para recuperar el ritmo de las “vacas gordas”. En este sentido, el ministro Castilla ha declarado en una entrevista a este Diario que el Estado trabajará para “reducir los cuellos de botella de la inversión”, además de dedicarse a implementar una política fiscal contracíclica –es decir, a gastar más dinero público para ayudar a revigorizar la economía–.

La idea de retirar las muchas trabas que tiene la inversión privada en el país va sin duda en el camino correcto: esta inversión es la fuente primera de la creación de la riqueza (sin ir más lejos, si el Estado tiene dinero como para pagar una política fiscal contracíclica, ello es solo porque los privados se lo han dado en forma de impuestos).

Hay dudas, sin embargo, sobre si el Gobierno está siendo suficientemente abarcador a la hora de concebir los que son estos “cuellos de botella”. Y es que hasta ahora hemos oído básicamente de reducción de trámites burocráticos, lo cual es claramente una meta esencial –según el Reporte Global de Competitividad, el Perú ocupa el escandaloso puesto 128 de 144 países en la categoría de “peso de las barreras burocráticas”–, pero no suficiente. Después de todo, también somos uno de los 20 países más rígidos del mundo en cuanto a regímenes laborales y nuestra carga tributaria real es absolutamente asfixiante para una economía que sigue siendo pequeña (recordemos, a manera de ejemplo, que el Impuesto a la Renta que pagan nuestras empresas está, según el Banco Mundial, 10 puntos porcentuales por encima del promedio de los 34 países más desarrollados del mundo reunidos en la OECD). Ambas cosas, naturalmente, tienen muchísimo que ver con que tres quintos de nuestra producción sean producidos por empresas que son informales, con todos los mil y un costos que ello supone para su eficiencia y para sus posibilidades de crecimiento.

Acaso entonces en lugar de seguir hablando de “vacas gordas” o “flacas” nos convenga cambiar el esquema y, si vamos a seguir hablando de estas, hablar más bien de vacas musculosas, fuertes y energéticas. En vacas, esto es, que estén en posición de jalar el carro de la economía hacia adelante pese a la cuesta arriba del contexto internacional. En suma: en eso es en lo que sin duda se convertirían tantísimas de nuestras empresas si no vivieran constreñidas, como hasta hoy, por el peso de unas regulaciones que abusan del formal y condenan a la precariedad de la informalidad a quienes no se pueden dar el lujo de cargarlas. Seamos más ambiciosos para concebir y atacar los “cuellos de botella” y aprovechemos la crisis para romper todos los que se puedan.

Por otro lado, existen fundamentos para el escepticismo acerca de si el gasto estatal es la manera más eficaz de inyectar dinero “contracíclico” a la economía. Y es que, al menos si vamos a asumir –como deberíamos– que una condición esencial del gasto que pretende contrarrestar la llegada de una crisis es su velocidad, el Estado –a juzgar por sus propias cifras oficiales de ejecución presupuestal– no parece ser el mejor camino para ejecutar este gasto. Una manera mucho más efectiva de introducir ese dinero en la economía sería volver a ponerlo en manos de las personas de la que salió –vía, por ejemplo, una reducción de impuestos.

Puede que esto último resulte mucho pedir. Pero lo primero no tiene por qué serlo y parece, más bien, hasta una cuestión de justicia. Liberemos de los muchísimos amarres que aún la contienen a la enorme fuerza emprendedora que habita en el país y llenémonos de esas vacas musculosas que volverían innecesario el seguir hablando de las gordas y las flacas.