Odebrecht y los daños irreversibles, por Héctor Villalobos
Odebrecht y los daños irreversibles, por Héctor Villalobos
Héctor Villalobos

Por su magnitud, características y período de tiempo que comprende, el nefasto carnaval de sobornos pagados por la empresa brasileña contribuirá a agrandar la enorme fisura que ya existe en la relación entre la ciudadanía y la clase política peruana.

A 16 años de la caída del régimen de Alberto Fujimori, queda la sensación de que nada ha cambiado, que solo los nombres y los métodos variaron pero no los objetivos. Una generación que creció creyendo que una sola fuerza política poseía la franquicia de la corrupción descubre ahora que funcionarios de las gestiones que asumieron la posta tomaron también el relevo de las prácticas sucias. El vendaval de las coimas puede terminar salpicando incluso a aquellos que en los últimos años se envolvieron en las banderas de la honestidad, la diferencia y la decencia.

“Odebrecht ya fregó al Perú”. La frase del presidente de la Confiep, Martín Pérez, en una entrevista que dio hace unos días a El Comercio, resume con exacta simplicidad la situación. El terremoto por ahora afecta a la clase política, pero la onda expansiva amenaza con alcanzar al sector empresarial. Cuando esto ocurra, las consecuencias serán impredecibles.

Odebrecht y las otras compañías brasileñas involucradas en el Caso Lava Jato nos han fregado a todos porque suman más desconfianza en un país de desconfiados. Han metido a todos los que gobernaron el país en el siglo XXI en un mismo saco del que no podrán salir al menos hasta que las investigaciones avancen, cuando se empiecen a conocer los nombres de los involucrados.

Mientras tanto, y hasta que la fiscalía y el Poder Judicial no separen a justos de pecadores, o mejor dicho a justos de delincuentes, viviremos en una situación de incertidumbre, en un río revuelto donde la ganancia será la de quien embarre más al rival.

Odebrecht también nos ha fregado porque, en vez de hacer que los partidos se unan en un gran frente anticorrupción, como ocurrió en el 2000, ha logrado que vuelva a relucir el doble estándar que caracteriza a algunos. Magnificar los vínculos con el caso de los políticos de la acera opuesta parece ser una consigna usada para desviar la atención sobre la posible participación de los personajes amigos. Pero aquí nadie se salva, pues el período en el que la constructora admite haber pagado las coimas es bastante largo y abarca tres gestiones presidenciales.

El aprovechamiento político y los afanes de figuración también están a la orden del día. Los hay desde aquellos que piden investigar otros períodos, más atrás, hasta las gestiones de Pachacútec y Huayna Cápac si fuera posible, con tal de mover la luz de los incómodos reflectores que los alumbran, hasta quienes anhelan la extinción de los ‘dinosaurios’ con la esperanza de algún día ocupar su lugar.

Odebrecht finalmente nos ha fregado porque la corrupción que patrocinó ha servido de pretexto y de caldo de cultivo para alimentar actos de violencia y vandalismo como los vividos la semana pasada en Puente Piedra y que amenazan con continuar. Ninguna reparación civil, ningún pago adelantado podrán resarcir el daño ya hecho.

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