"Veinticinco años después...", la columna de Diana Seminario
"Veinticinco años después...", la columna de Diana Seminario
Diana Seminario

El miércoles pasado se recordaron los 25 años del nefasto golpe de Estado que perpetró, cuando disolvió el Congreso e intervino los medios de comunicación. Nada justifica esa radical medida, por lo que pasados los años bien vale reflexionar sobre las causas que hicieron que ese acto inconstitucional contara con un masivo apoyo. Según Alfredo Torres de Ipsos, el cierre del Parlamento tuvo el respaldo del 80% de los peruanos que entonces fueron encuestados por Apoyo.

Para entender este espaldarazo popular –que no le quita la entraña dictatorial a la medida–, vale recordar que el Perú de 1992 se encontraba bajo el ataque del terrorismo. Sendero Luminoso y el MRTA asesinaban a inocentes en un país sumido en la crisis económica.

La gente quería acciones que aliviaran su pobreza y los liberara de los “terrucos”. La mayoría parlamentaria la ostentaba el Fredemo, la coalición política que unió al PPC, AP y al Movimiento Libertad fundado por Mario Vargas Llosa, y que lo lanzó como su candidato presidencial.

El voto preferencial para senadores y diputados nos trajo memorables spots televisivos de los candidatos del Fredemo. El derroche publicitario estaba ante nuestros ojos, en un país de colas y escasez. El gobierno aprista terminaba en medio de hiperinflación, apagones y bombas.

Las del 90 fueron las terceras elecciones democráticas tras 12 años de dictadura militar. El ‘Chino’ ganó los comicios imponiéndose a Mario Vargas Llosa, quien tenía todo a su favor, pero quizá le faltó esa conexión con el pueblo, que a Fujimori le sobraba.

“Disolver, disolver”. Domingo 5 de abril. Tanques en las calles, políticos y periodistas apresados. El disuelto Congreso proclamó a Máximo San Román presidente. Entre tanto, Fujimori recibía el aplauso del pueblo y la comunidad internacional miraba absorta este complejo “golpe con apoyo popular”.

Bajo todo punto de vista, el golpe de Fujimori es condenable e injustificable, ¿pero por qué un radicalismo de este tipo que acabó con los partidos políticos tuvo éxito? Será porque la gente quería soluciones, acción y mano dura contra el terror. El ‘Chino’ les aseguraba eso. Desgraciadamente, para ellos, la democracia era una palabra asociada a discursos que pocos entendían, que no reflejaban su realidad. Quizá democracia era sinónimo de un señor –o varios–, que inundaba hasta el hartazgo su televisor.

Han pasado 25 años, y el país vive otros dramas y emergencias. Vemos cómo la corrupción campea en diversos ámbitos, la inseguridad ciudadana pareciera no tener fin, entre tanto los políticos se enfrascan en dimes y diretes que nada tienen que ver con la agenda que exige el país. Los damnificados esperan soluciones concretas a sus dramas; agradecen la solidaridad, pero esperan políticas que los incluyan. ¡Cuidado con “otro Fujimori 92” que irrumpa con el discurso de aliviar la pobreza, castigar la corrupción y que ofrezca mano dura para acabar con la inseguridad ciudadana, y que le importen poco las instituciones y las libertades!

No alimentemos radicalismos. El país necesita políticos conectados con la gente, que les planteen soluciones en democracia. Demostremos que la democracia está a la altura de los grandes retos.

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