(Foto: El Comercio)
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Juan Paredes Castro

Quizás ha llegado la hora de que Fernando Zavala y Luz Salgado recuerden para qué les fueron delegados los poderes políticos que tienen, no en abstracto ni en una pizarra, sino en sus propias manos.

Los peruanos vivimos desconcertados entre un gobierno terriblemente vacilante y un Congreso incapaz de devolvernos la institucionalidad política perdida hace tanto tiempo.

Una de esas señales tendría que consistir, en el caso de Zavala, en perder miedo, quejarse menos y gobernar más; y, en el caso de Salgado, en perder soberbia, alardear menos (respecto del peso de la mayoría fujimorista) y legislar más.

El ex presidente Toledo no va a entregarse a la justicia solo porque se lo pide la ministra Marisol Pérez Tello. Lo hará tal vez cuando la fiscalía y el Poder Judicial hayan armado un buen expediente de evidencias sobre su caso y cuando el proceso de extradición esté bien conducido.

Zavala es el jefe de un Gabinete político, con actuación política y responsabilidad política. No ha sido llamado a este puesto como gerente general de una empresa privada, para fijar horizontes y esperar resultados en azul en su computadora. El manejo político de un primer ministro requiere ser más audaz y agresivo sobre un terreno (el político) que es precisamente intimidante y pantanoso, y que reclama una hábil muñeca metida allí donde las papas queman, porque de lo que se trata es de sacar castañas del fuego todo el tiempo.

Sería extraordinario que el presidente y el primer ministro evitaran los pataleos infantiles cada vez que la mayoría fujimorista plantea una interpelación o más. Si Carlos Basombrío ha hecho bien su trabajo por qué tendría que temerle a una interpelación. Podría más bien salir de ella fortalecido. Si la mayoría fujimorista quiere arrastrarlo a la censura, por encima de sus méritos demostrados, todos habremos entendido, entonces, de que hay abuso de poder parlamentario dirigido a jaquear al gobierno. Claro que cuando se le exhiben flancos débiles como el proyecto del aeropuerto de Chinchero en el Cusco, la mayoría fujimorista ni siquiera necesita censurar. Recuérdese que el ministro Martín Vizcarra renunció y que la adenda del proyecto, madre del incendio, se apagó. El miedo pudo más que una censura que nunca llegó.

El fujimorismo sabe que no saca nada mostrando musculaturas de poder y una resaca de derrota electoral que ya se hizo vieja. Jugar al desgaste y fracaso de Kuczynski supone jugar a su propio desgaste y fracaso. Kuczynski no será su competidor el 2021. Será otro u otra. El fujimorismo necesita legislar con otra mirada, con otro humor, con otra inteligencia, con otra agenda, con otra estrategia. Si Keiko Fujimori prometió que la liberación de su padre, Alberto, provendría de la vía judicial, que insista en ella. ¿Por qué presionar por un indulto presidencial que para Kuczynski es una pesadilla, como lo sería tener a Toledo de vuelta al Perú?

Como a través del lente fotográfico, Zavala y Salgado parecen estar viendo la escena nacional fuera de foco: ¡borrosa!

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