Esta fue la portada de Somos el 15 de setiembre del 2001.
Esta fue la portada de Somos el 15 de setiembre del 2001.

Nueva York, martes , 8:45 a.m. Era una mañana hermosa y el cielo despejado estaba teñido de un intenso azul prusia, cuando el peruano Javier Domínguez abrió la ventana de su oficina ubicada a cuatro cuadras del World Trade Center. En ese momento un estruendo lo obligó a dirigir la mirada hacia las alturas para ver lo que pasaba. Humo y llamas salían de una de las torres gemelas. Según Domínguez relataría más tarde a Somos vía E-mail, ni él ni las miles de personas que a esa hora de la mañana se encontraban cerca o dentro del complejo neoyorkino tuvieron idea de lo que ocurría hasta que los noticieros afirmaron que un avión se había estrellado contra uno de los edificios. 

Este primer impacto atrajo a los bomberos, socorristas, policías y periodistas al lugar. Hasta ese momento todos creían que un espectacular accidente aéreo se había producido. Solo 21 minutos después, cuando un segundo avión estalló en la torre que todavía permanecía intacta produciendo una pavorosa explosión, el mundo entero pudo comprobar, en vivo y en directo, que los Estados Unidos, la nación más poderosa del mundo, era víctima del peor ataque de su historia. Y que esta vez la vida -como dijera una vez Woody Allen haciendo una variante de la célebre frase de Wilde ("La vida imita al arte")- había imitado al mal cine. 

Las mismas escenas se reproducirían con milimétrica precisión con otras tres naves que se encontraban volando. El presidente Bush se dirigió a la nación a las 9:30 de la mañana. "El terrorismo contra nuestro país no va a ser tolerado", sostuvo. Doce minutos más tarde otro avión se desplomó sobre el Pentágono, mientras un coche bomba detonaba cerca del Departamento de Estado. Horas después se sabría que su verdadero objetivo era la Casa Blanca. 

La nación entera fue presa del caos y el miedo. El país con mayor tráfico aéreo del mundo tenía en ese momento entre 120 y 150 naves en el aire que podían convertirse en potentísimas molotovs capaces de segar en un instante la vida de miles de personas. Para disipar la amenaza y despejar su espacio aéreo, las autoridades de aviación de los Estados Unidos ordenaron que los aviones se desviaran a Canadá y aterrizaran allí. Sin embargo, veinte minutos más tarde, otro avión, también secuestrado con el claro propósito de ser desviado hacia Washington, caía derribado en las afueras de Pittsburgh. 

El pánico y el desconcierto eran tales, que la seguridad presidenciales trepó a Bush en su avión para alejarlo del peligro. Cazabombardeos habían despegado para derribar cualquier avión sospechoso y tanto el Vicepresidente como otros altos funcionarios fueron evacuados de la Casa Blanca. Durante algunas horas nadie supo el paradero del mandatario, y solo cuando se tuvo la certeza de que el cielo norteamericano estaba libre, el avión presidencial emrumbó hacia Washington. Horas después, ya en la noche, Bush diría con el gesto desencajado: "No se equivoquen. Estados Unidos va a cazar y castigar a los responsables de estos actos cobardes". 

Para ese momento, el país entero se encontraba en shock. La mayoría de los norteamericanos y residentes de ese país debatían entre la incredulidad, el pánico y la ira, mientras las cadenas de televisión repetían maniáticamente las imágenes de los aviones estrellándose contra las torres. 

Esa mañana la bolsa de valores había cerrado para evitar una catástrofe financiera y las clases en los colegios fueron suspendidas, mientras todo el país crispaba ante la idea de nuevos ataques. Lentamente, la angustia cedió paso a la indignación y las voces clamando venganza resonaron. "Este ataque es comparable con Pearl Harbor, por eso debemos tener la misma respuesta. Los responsables deben terminar igual que los que nos atacaron esa vez". Una amenaza que erizó la piel del mundo entero, al evocar los monstruosos bombardeos atómicos contra Hiroshima y Nagasaki. 

El origen del odio 
Según recientes informaciones proporcionadas por el FBI, esta pavorosa historia tuvo su origen dos años atrás cuando "alguien" -los dedos índices del mundo, incluso el del Secretario de Estado Collin Powell, apuntan a Osama Bin Laden- reclutó a un grupo de hombres dispuestos a inmolarse por el Islam. Al cierre de esta edición (15-09-01), algunos fueron identificados. Sus nombres: Adnan Bukhari y Abbas Bukhari. Ambos eran sauditas y arribaron a la Florida en el 2000, junto a sus esposas e hijos. Alquilaron dos casas contiguas en el apacible condado de Vero Beach y se matricularon en la Escuela de Aviación Huffman de Venice. 
Durante un año perfeccionaron sus conocimientos en aviación, mientras sus esposas se asoleaban y sus hijos nadaban en la piscina junto a otros niños del vecindario. A fines de agosto, estos dos personajes partieron hacia Boston. Allí se habrían reunido con Mohamed Atta y Marwan Al Schehi, ambos estudiantes de la Universidad Técnica de Hamburgo. El primero de ellos tenía licencia de vuelo. Según el FBI, estos cuatro sujetos eran pasajeros de los dos vuelos que partieron de Boston y se estrellaron en las torres gemelas. 

Aunque el mundo entero se encuentre con el alma en vilo a la espera de la anunciada respuesta de los Estados Unidos para castigar al autor o autores intelectuales de los brutales atentados, resulta imposible dejar de reparar en la paradoja de que estos fanáticos utilizaron propia maquinaria estadounidense -sus aviones y hasta su preparación bélica (Bin Laden fue entrenado por la CIA)- para realizar el peor ataque terrorista de su historia. 

Esta nota fue escrita por Pablo O'Brien y publicada el 15 de setiembre del 2001 en la revista Somos

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