(Ilustración: José Carlos Chihuán Trevejo)
(Ilustración: José Carlos Chihuán Trevejo)
Carlos Galdós

Todos los martes y jueves iba religiosamente a mis clases de guitarra con el maestro Carlos Hayre en el nido La Escalerita, en la calle 6 de agosto, en Jesús María. “Quiero asegurarme de que te guste el instrumento para comprarte uno”, me decía mi mamá, lo cual obligaba a mi maestro a prestarme el suyo. Cuando estaba en mi casa, ensayaba con uno prestado. Al sexto mes de clases, recuerdo al maestro decirle a mi mamá que me comprara una guitarra porque mis aptitudes lo ameritaban, tanto así que me invitó a tocar en un concierto. “Después del concierto te compro la guitarra, hijo”. Fueron a verme mis tías, mis primos, las amigas del trabajo de mi vieja y mi vecina. Esa debe haber sido una de las primeras veces que me enfrentaba a la responsabilidad del protagonismo. Una luz exclusivamente para mí y el silencio absoluto de la platea. Al terminar la noche, el maestro Carlos Hayre le pidió unos segundos para conversar a mi mamá y le sugirió que me preparara para el Conservatorio Nacional de Música, a lo que mi vieja respondió que eso era imposible porque no podía costear clases diarias de dos horas. El maestro le dijo que no iba a dejar pasar la oportunidad de formarme y lo haría gratis. “¿Y tú, Carlitos, qué dices, comenzamos el lunes a prepararte para el Conservatorio?”. Y mi respuesta fue: “No, gracias” . “¿Por qué no?”. “No lo sé, pero gracias”. Y nunca más volví a agarrar una guitarra. El silencio en mi casa era abrumador, sentía que había traicionado a todos. En una de esas, mi mamá se mandó con el discurso de “no hay que tenerles miedo a los retos”, pero no me pudieron convencer. No era miedo, no era ociosidad, era que simplemente ya no quería hacerlo. Lo mismo fue con la batería, el violín, el saxo, el piano, el inglés, los boy scout, el tap, el colegio (cada vez que cuento que me cambié de colegio cuatro veces automáticamente piensan que fue por vago y les cuesta creer que simplemente me aburría). La carrera también me aburrió. El candidato familiar al fracaso de todas maneras era yo. En conversaciones con mi abuelo y mis tíos, hablándome de la responsabilidad de tener que terminar algo, me dijeron alguna vez que nadie contrata a una persona que no se compromete. Y eso es muy cierto, seguro por ello tengo 17 años trabajando en el Grupo RPP. En la televisión he cumplido con absolutamente todos mis compromisos contractuales, tanto en momentos de éxito como en tiempos difíciles. En esta revista vengo escribiendo hace seis o siete años, ya perdí la cuenta, todo porque entre otras cosas para mí los compromisos son sagrados.

El compromiso más importante que uno tiene es consigo mismo, ese al que no te ata un contrato, tan solo tus convicciones, deseos, metas, emociones. Hace 16 años me comprometí a ser comediante. Desde hace 16 años subo y bajo de aviones los fines de semana, duermo en camas que no son la mía, llego a una ciudad, bajo del avión, me espera un auto que por lo general tiene lunas polarizadas (no está en mis requerimientos, pero los empresarios aman esas tonteras), me llevan a una conferencia de prensa, paseo por canales y radios locales, almuerzo, hago pruebas de sonido y constato que el escenario sea el adecuado, llego al hotel, me baño, vuelvo al auto polarizado, llego al coliseo, teatro o explanada y hago el show. Dejo mi corazón durante dos horas y en la mayoría de casos tres, regreso al hotel, pido un club sándwich al cuarto, me baño, no duermo, subo al avión, llego a mi casa y ya es hora de dormir para al día siguiente ir a la radio, la tele y escribir para la revista.

Quiero parar, necesito mirar qué ha pasado en todo este tiempo, necesito desintoxicarme de la droga del aplauso y el ego. ¿Lo he disfrutado? Muchísimo, pero ya me toca a mí, quiero pensar qué viene, por dónde va. Este 14 y 17 de febrero serán mis últimos shows, la última función, no la despedida porque uno no deja de ser comediante ni me voy a mudar a otro lado. Simplemente voy a poner el cartelito en la puerta que diga “CERRADO HASTA NUEVO AVISO” y creo que será un largo tiempo.

Gracias por todos estos años. Gracias, Patricia Velit Paté, por acompañarme. CHAU.

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