Durante miles del años se ha querido dar un rol de sumisión a la mujer frente a un mundo de preeminencia masculina.
Durante miles del años se ha querido dar un rol de sumisión a la mujer frente a un mundo de preeminencia masculina.
Ana Núñez

Ni fueron creadas de la costilla del varón ni la razón de su existencia tiene que ver con darle compañía. Pese a que durante más de 1.400 años ciertos pasajes del libro del Génesis de la Biblia han sido usados para argumentar la sumisión o inferioridad de ellas, es momento de resignificar la condición de ser mujer, una conquista que, más que legal, hoy en día es social y cultural: una resistencia de las mujeres a mantener los viejos paradigmas aceptados a lo largo de la historia y en todas las civilizaciones.

Aún ahora persiste una serie de normas socialmente aceptadas que reducen los horizontes culturales, políticos, laborales, sociales y personales de las mujeres. Y eso que nos restringimos a hablar de la cultura occidental. 

Por otro lado, la agresión física, psicológica o sexual contra la mujer sigue siendo la consecuencia más trágica y peligrosa de la persistencia de la conducta machista, y tiene como extremo más grave el feminicidio.

Mati Caplansky, la primera psicoanalista mujer de nuestro país, señala que hay razones biológicas que –en parte– explican (no justifican) la preeminencia del varón y la supuesta docilidad de la mujer. La justificarían si fuéramos animales, sin inteligencia, libertad ni creatividad. “Los hombres no están acostumbrados a contener, manejar ni doblegar sus impulsos. Son los dueños del mundo, siempre lo han sido, y eso por una razón cultural y biológica: la testosterona manda a que la meta donde pueda y la mujer se somete para que la preñen, porque el mandato biológico de ambos es la reproducción. De ahí se desprende una serie de sutilezas culturales, históricas y psicológicas”, comenta.

"Volvemos a las calles"
Más de un año ha pasado desde la primera marcha Ni Una Menos en el Perú –una de las movilizaciones más grandes en la historia de nuestro país– y mañana sábado 25 las mujeres y varones que luchan por el derecho de las mujeres a vivir sin amenazas de ningún tipo volverán a tomar las calles.

La decisión de organizar una tercera marcha nacional se tomó al constatar que los casos de violencia contra la mujer persisten y en los ámbitos menos imaginados, como en el campo del arte. La experiencia denunciada en las redes por Eva Bracamonte contra el director de teatro Guillermo Castrillón reveló esta dimensión del abuso por parte de hombres con algún grado de jerarquía sobre la víctima. La situación recrea lo ocurrido semanas atrás con el productor de cine Harvey Weinstein y en ambos casos bastó que saliera la primera denuncia para que otras nuevas, y de forma masiva, se hagan conocidas. 

Mati Caplansky considera que la posibilidad de abuso cuando hay una jerarquía o poder de por medio es la más “perversa e injusta”. El abuso “más hostil y más cruel”. Son, además, situaciones en las que las víctimas no denuncian oportunamente la agresión debido a que hay mucha manipulación emocional en juego, además de la relación de subordinación de la agredida. A ello habría que agregarle la necesidad de “validación o aprobación” que tiene la mujer debido a razones culturales y psicológicas. “Es como el incesto. Cuando un padre seduce a la hija, esta no puede entender bien qué está pasando, y cuando se dan cuenta, ya pasó”, dice.

Estos casos son más comunes y más antiguos de lo que se piensa, agrega la psicoanalista. Recuerda en ese sentido la historia de Alfred Hitchcock y la actriz Tippi Hedren (protagonista de Los pájaros), quien fue agredida por el director cinematográfico por no aceptar complacerlo sexualmente tanto como él deseaba. Literalmente y como represalia, Hitchcock le lanzó los pájaros al rostro. 

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