(Illustración: José Carlos Chihuán Trevejo)
(Illustración: José Carlos Chihuán Trevejo)
Carlos Galdós

Las mujeres que me conocen saben que las amo, las cuido, las quiero, las respeto y las defiendo. Mis amigas (Claudia y Juliana), que en muchos momentos han sido también mis hermanas, pueden dar fe de que nos hemos reído juntos, hemos llorado, nos hemos picado y que, cuando me han confiado sus secretos, yo los he guardado celosamente. Me he sentido, pues, una mujer más.

Yolanda es mi ex esposa y puede constatar cuánto la cuidé y la amé todo el tiempo que estuvimos casados. A ella le debo el primer regalo de la vida: nuestra hija. Pero, además, ella por sí sola ocupa un espacio importante en mi existencia. Debemos ser los divorciados que más se ríen cuando se juntan a conversar. De lejos, de alguna manera, la sigo cuidando un poquito. Aún me importa todo lo que le pasa y quiero que sea siempre feliz.

Luego conocí a Carla, mi hoy compañera de vida. Lo primero que hicimos entonces fue abrazarnos muy fuerte, salimos a caminar por su casa, nos sentamos en un parque lleno de perros y yo me moría de miedo porque los perros grandes me asustan. La segunda vez que nos encontramos dormimos juntos abrazados. No hicimos el amor porque con eso bastaba. Me mudé a su casa a pesar de yo tener la mía recién equipada y comprada y nunca más nos separamos. Me casé con ella porque un vínculo así merece ser honrado; soy más libre desde ese momento. No muevo un dedo sin antes consultarle o contarle lo que me está pasando, nos reímos mucho juntos, nos gusta estar de compinches, discutir y volvernos a reír. Hacemos lo que se debe y lo que no se debe. Rompemos las reglas y ella siempre me deja ser. Carla me ha reconciliado con mis dolores y mis penas. Mis miedos se desvanecen cuando conversamos y, como si fuera poco, me gusta mucho su cara, su risa, su cuello, su cuerpo.

Elena, por su parte, es la mujer a quien le debo quien soy. ¿Quién soy? Eso no se los voy a contar porque es mío. No soy el que aparece en la tele, de ese no soy nada o muy poco. Yo soy mi vieja, soy lo mejor de ella. El único modelo que he tenido en mi infancia ha sido Elena. A ella me debo.

Por eso, cuando del Ministerio de la Mujer me enviaron una carta diciendo que el contenido del programa de televisión que conduzco era lesivo para las mujeres, yo no entendía. Les juro que no entendía el porqué, si yo las amo, las cuido y las respeto. Lo cierto es que no me daba cuenta de que, efectivamente, las estaba cosificando. Me justificaba diciendo que así es la televisión, que es normal jugar a la ruleta quitaprendas, que está bien darle la vueltita a la invitada y poner mi cara de lobo feroz; total, ellas no me decían nada y al público eso le agradaba. El ráting nos acompañaba.

Debido a ello solicité una reunión con las autoridades de esa cartera. Me la dieron y fui a escucharlos; algo pude entender, pero todavía seguía equivocado. Después aparecieron los colectivos de Las Respondonas y Ni Una Menos, levantando su voz de protesta y llenando mis redes sociales de insultos. Me pusieron un título que hasta ahora me duele: misógino. Yo no soy un misógino. Yo he sido una persona equivocada que creció viendo contenidos machistas. Yo he visto en la tele siempre a las mujeres como elemento decorativo, en ropas diminutas porque lamentablemente así aparecían en los programas cómicos y yo creía que eso estaba bien. Yo he celebrado el sketch del argentino Guillermo Francella donde él desea a una colegiala amiga de su hija, la Nena, y eso no está bien. 

Quiero decir ahora que me he dado cuenta de todo y he cambiado los contenidos de mi programa. Estoy luchando contra esas malas formas instaladas desde hace muchos años como normales. Mi equipo también ha caído en razón porque ellos, al igual que yo, han crecido con esa idea equivocada de que la televisión y los diarios (con su calata en la portada), y la sociedad en general, nos hicieron creer que eso es correcto. Yo estoy cambiando porque amo a las mujeres, las cuido, las quiero y las respeto. Tengo dos hijas mujeres, tengo amigas, ex esposa, esposa y madre. Discúlpenme, he estado equivocado. Es hora de cambiar.

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