(Imagen: El Comercio)
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José Carlos Yrigoyen

José Carlos  de un modo distinto a las anteriores: lo hace como reciente selección mundialista que se ha desprendido de una pesada mochila psicológica y de ciertos elementos que durante muchos años sumaron poco.

Esto no significa, desde luego, que las cosas sean más sencillas, sino todo lo contrario: luego de dos torneos consecutivos en los que alcanzamos el tercer puesto, un mal resultado –la posibilidad de no pasar la primera ronda, lo que no ocurre desde 1995– puede menguar significativamente el todavía fuerte crédito de Gareca al mando de la selección justo cuando esta despierta preguntas irresueltas, entre ellas cómo conjurar la baja productividad en ataque que hemos demostrado contra equipos tan ínfimos como El Salvador.

Llegamos a Brasil con dos angustias: no haber encontrado, a pesar del tiempo transcurrido, alternativas a un Paolo Guerrero que juega sus últimos tramos con la blanquirroja y contar con seleccionados de nivel comprobado, pero de actualidad intermitente. Pero a la vez hay cosas que funcionan y que el tiempo y el trabajo se han encargado de consolidar. Algo muy distinto de ese pasado caótico donde rogábamos por el chispazo, por la iluminación individual y demás supersticiones.

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