"Un antes y un después en mi vida desde que llegó Maui, mi perro", por Lorena Salmón
"Un antes y un después en mi vida desde que llegó Maui, mi perro", por Lorena Salmón
Lorena Salmón

Si uno necesita cambiar su rutina, acompañar su soledad, amortiguar la tristeza, no hay nada como la presencia de un perro para que cualquier emoción negativa se despida. Es infalible. Es terapéutico. Es sanador.

Y real.

Hay decisiones que nos cambian la vida y adoptar a Maui fue una de ellas.

Todo en mi dinámica diaria ha cambiado.

Todo.

A las 5:30 a.m., Maui, que ha dormido entre mi lado del colchón y mi mesa de noche, doblado en cuatro, se levanta y me levanta saltando a la cama y llenándome de besos.

Creo que no hay forma más sublime que despertar del largo descanso del sueño que sintiendo físicamente amor incondicional.

Es por eso que he decidido que sea Maui el despertador oficial de mis hijos. Una vez que lo ha hecho conmigo lo llevo hacia el cuarto de Antonia para que haga lo mismo y después lo lanzo sobre el colchón de Horacio, que necesita de una sacudida más intensa para despertar. A los dos también los llena de besos.

Hago el desayuno, oriento a mis hijos –que a esas horas todavía andan con el cerebro en modo avión (desactivado)– y a las 6:45 estoy en la calle.

Toca el primer paseo.

Es curioso. Llevo 10 años viviendo en la misma casa y solo gracias a Maui he podido descubrir a mis vecinas de cuadra. Conversamos, intercambiamos sonrisas, nos saludamos de lejos con la mano.

Ahora observo sus dinámicas mañaneras: hay hijos que se van al colegio, jóvenes que salen al alba al trabajo para no agarrar tráfico, hay olor a café, a pan recién salido del horno por todo el barrio y suenan los pajaritos. Suenan tan lindo.

He descubierto que son las mañanas y precisamente esa parte de las mañanas mi parte favorita del día. El mundo levantándose.

A esa hora en el parque, el césped siempre está mojado. Saludo a cuanto humano se me cruce –la mayoría sexagenarios caminando en ropa deportiva– mientras Maui persigue palomas y yo miro el cielo y los árboles.

Suena el universo maravillosamente.

Luego, poco a poco, van llegando los amigos de Maui y sus dueños. Tengo la suerte de vivir en un vecindario perruno. Prácticamente todos tenemos perro.

Mozzarella es mezcla de pug y desconozco mayormente. Es una bola blanca que ya no quiere correr porque está viejo.

Tom es un peluche blanco con ojos tiernos que tiene cuenta en Instagram (@tom.frise11). A Olenka, una sonrisa hermosa y una energía linda; como mamá, le intuyo un clóset con más ropa y accesorios que yo.

Tom es de los más famosos del parque, por su irresistible ternura.

Molly es una labrador chocolate grandota y buena; y Francesca, su dueña, es simpatiquísima y ya intercambiamos celulares.

Están también Mía y Nola, dos terries, y el señor Manuel, que enviudó hace poco y vive con su hija; le gusta la aviación, llenar crucigramas y tiene una voz calma y dulce y me gusta su compañía.

Jade y su padre salen a correr por el parque, inclusive más temprano que nosotros; Arena, Bonnie, Fermín, Otto, Ramona. Estoy segura de que me estoy confundiendo de nombres y me hacen falta algunos, pero de corazón están.

A todos mis nuevos amigos padres perrunos les he contado que quería escribir sobre ellos. Les conté que iba a escribir sobre lo maravilloso que es pasar el tiempo con Maui y lo agradecida que estoy por él, que me llena de amor, me hace moverme todo el día, conocer nueva gente, conectarme conmigo, pasar tiempo al aire libre.

Me hace reír sin parar.

Me hace muy, muy feliz.

Porque, querido Maui, hay un antes y un después de ti. //

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