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De Inga y de Mandinga
Nora Sugobono

Susanita ganó su primer concurso de canto estando en secundaria. Recuerda los detalles con claridad. Fue elegida entre todo su salón (sus profesoras y compañeras sabían que era ella quien mejor lo hacía); se presentó y recibió felicitaciones, pero nunca le fue entregado lo prometido: una beca para estudiar música. “Pasó un mes; pasaron dos, y nada”, cuenta Susana Baca sentada en la sala de su casa de Chorrillos, el distrito donde creció y el lugar al que siempre retorna. 

¿Por qué no la llamaban para que pudiese ir a sus clases de canto? ¿Por qué terminó yendo otra niña, y no ella? “Me sentía muy mal, por supuesto. No sabía lo que ocurría”, dice. “Luego entendí que era una suerte de discriminación. Y vivirlo en la niñez es muy grave”. A Susanita no le habían dado el premio porque era afrodescendiente; eso también lo recuerda con claridad. Su herencia sería su fortaleza más adelante. En aquel momento de la vida todavía era pronto para saberlo. 

Susana Baca ha grabado a lo largo de su carrera 13 discos y ganado 2 premios Grammy. Hoy tiene una escuela de música para jóvenes en San Luis de Cañete y es investigadora de ritmos olvidados de la música afroperuana. 

Sangre de mi sangre
Lo dijo Nicomedes Santa Cruz: al que de inga no le toque, le tocará de mandinga, todo es la misma jeringa, con diferente bitoque. De esa idea nace un proyecto -dirigido por Sergio Bardon- que busca luchar contra el racismo desde una evidencia irrefutable: la biología genética. Ocho mujeres son el punto de partida. 

Susana Baca; la fondista Inés Melchor; las actrices Magdyel Ugaz, Norma Martínez y Denisse Dibós; y las diseñadoras Sumy Kujon, Karen Mitre y Claudia Jiménez se sometieron a una prueba de ADN donde se han determinado los porcentajes de etnicidad que cada una lleva en la sangre. Todas tienen algo de caucásico, algo de africano, algo de asiático y algo de andino. Cuánto de qué es lo que resulta sorprendente. Principalmente, para ellas. 

El análisis genético realizado a Susana Baca arrojó que la artista lleva en sus genes un 63.2% de genoma asiático. Le siguen un 14,7% de africana, 13.1 % de caucásica y 9% de andina. “De inga y de mandinga: eso sí está claro”, declara. “Cómo te sientes tú es lo importante. Y yo me siento realmente andina y africana. El resultado no lo cambia en nada”. 

Sucedió en el Perú 
El objetivo de ‘De Inga y de Mandinga’ -serie periodística que se publicará en Somos y Luces de El Comercio- no es determinar si alguien pertenece más a un grupo que a otro. Lo que se quiere es confirmar, desde la ciencia, que los peruanos somos más parecidos por dentro de lo que el exterior parece indicarnos en ocasiones. 

De eso -de cómo nos ven y cómo nos vemos- entiende bien Magdyel Ugaz. Antes de debutar en la televisión, la niña que soñaba con ser artista empezó su camino en el teatro con solo 13 años. “Decíamos -con mis compañeros- que nosotros éramos actores teatrales, que las chicas que salían en la tele eran rubias y de ojos azules. Hacíamos como si no nos interesaba, pero no era así”. Algunos años después le llegó el momento de aparecer en pantalla. “Entré a la televisión en una época en la cual se estaban dando otras oportunidades”, continúa Ugaz. De hecho, su primer protagónico fue el de la cantante folclórica Dina Páucar. A partir de ahí todo cambió. Se le abrieron nuevas puertas para participar en otras novelas; producciones que representaban historias de mujeres con las que las peruanas podían de verdad identificarse. “Yo he pasado procesos físicos con mi cuerpo, y también vivía excluida en cuanto a trabajos por eso. Esto -lo de afuera- no nos define”. 

El Perú es su mestizaje. Es su gente que es de aquí y es de allá. Es la persona que tenemos al lado: en el bus, en el restaurante, en el trabajo, en el puesto del mercado. El Perú es la sangre y el alma. Es ser iguales y querernos, a la vez, diferentes. 

Más sobre el proyecto ‘De Inga y Mandinga’ en las próximas ediciones de Somos.

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