MDN
Gareca
José Carlos Yrigoyen

La relación entre y la afición peruana es toda una historia de amor. Si alguien todavía dudaba de ello, quedó fehacientemente demostrado por ambas partes el martes, día en que el entrenador nacido en Tapiales ofreció una conferencia de prensa donde utilizó diversos y típicos recursos con los que se suele enfriar un apasionado idilio: “soy un técnico libre”, “necesito tiempo para pensar”, “fue una experiencia maravillosa”, etcétera. La hinchada, entre el humor y la angustia, le respondió a través de las redes sociales: “Gareca, sácame la vuelta pero no me dejes”, “Nadie te va a querer como nosotros”, “Dime qué es lo que quieres que cambie” y así.  

¿Fueron las palabras del ‘Flaco’ la señal de un rompimiento que quiere efectuar sin excesivos traumas o solo la sincera necesidad de aclarar el panorama ante un nuevo reto que emergerá tras el Mundial? Todos nos hemos quedado con más interrogantes que certezas después de su intervención, pero hay algunas presunciones que pueden tomarse en cuenta. Una de ellas es que el ‘Tigre’, quien actualmente posee gran popularidad y una confianza general de las que ningún anterior técnico de la selección ha gozado, no desea perder todo lo cosechado en un nuevo proceso que carezca de los éxitos de la eliminatoria para Rusia. El puesto de entrenador de Perú es como el desierto de Libia: quemarse es demasiado fácil. Lo ha dicho muy bien el periodista Juan Carlos Ortecho: “Lo mínimo que se le va a pedir ahora es que clasifique al próximo Mundial. Una tarea nada sencilla en la región más competitiva del mundo. Porque siendo hombre de fútbol y conociendo la naturaleza volátil del fútbol peruano, sabe que la unanimidad y la popularidad pueden desvanecerse con un par de resultados adversos”. Ese escenario, ciertamente, lo hemos vivido en más de una ocasión: que lo digan Autuori, Markarián o Maturana. 

Existe un miedo del que no se habla tanto, pero que se siente bastante: la posibilidad de que sin Gareca regresemos a los tenebrosos predios de un largo pasado ayuno de clasificaciones donde encadenar dos victorias seguidas era empresa de titanes. Esa negación de volver a una relación abusiva con el fútbol internacional produce que muchos perciban a Gareca como un líder imposible de sustituir, al menos a mediano plazo. Pero en este negocio nadie es imprescindible, ni siquiera el técnico que nos hizo llegar a una Copa del Mundo después de 36 años. Cuando desarbolamos el último proceso creíble que tuvimos antes de este –el de Juan Carlos Oblitas, entre 1996 y 1999–, las consecuencias, como todos sabemos, fueron funestas. Pero eso no se debió a que no hubiera futuro posible luego del ‘Ciego’, sino a las incomprensibles decisiones de la Federación de entonces, cuyos dirigentes se caracterizaban por su orfandad de ideas y una desesperante incapacidad para defender ideas fijas a largo plazo; como decía Edmundo Desnoes, esa es la perfecta definición del subdesarrollo. 

Esa debería ser la mayor preocupación de la FPF, no la de mantener a Gareca a como dé lugar. Lo que debe exigírsele a Oviedo es persistir en los principios básicos y en los hombres que los han puesto en marcha, como el mismo Oblitas o Antonio García Pye, los verdaderos gestores del renacimiento peruano, a los que ha dejado trabajar sin obstáculos visibles. Elegir otro camino es garantía de naufragio. Es cierto que será complicado, en caso de que Gareca no renueve, hallar a un profesional con sus características: conocedor del medio, hábil para manejar las miserias y el cargamontón del periodismo, decidido para eliminar de cuajo cualquier asomo de indisciplina y aburguesamiento en el equipo. Pero nunca nada ha sido fácil para nosotros. Esta es solo una prueba más en el rumbo hacia un objetivo que no se acaba en Rusia ni mucho menos: el de afianzar al fútbol peruano en todos sus aspectos, ese mismo que hace nomás dos años era un montón de ruinas y ceniza al que nadie quería ni acercarse. Solo con memoria y constancia lo podremos conseguir. 

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