Ilustración: Pedro Suárez-Vértiz
Ilustración: Pedro Suárez-Vértiz
Pedro Suárez Vértiz

Todos nos hemos enamorado alguna vez. No muchas. Yo me he templado unas cuatro veces, nada comparado con las infinitas ocasiones en que he sentido atracción. Todos hemos experimentado pocas veces esa sensación indescriptible e interior al ver o sentir a ‘esa’ persona. Va mucho más allá de la empatía o deseo físico. Es un estado de extrema sensibilidad e idealismo. Puedo decir entonces que todos hemos sufrido por causa del amor. Nos ponemos tan irreales que solitos nos exponemos a la decepción, por la sobreexpectativa que nuestro corazón genera. Creemos simplemente que aquella persona es perfecta. Por eso la simple realidad puede destruirnos anímicamente. El sufrimiento en el amor es extremo. Porque el amor, si es sincero, nos desguarnece.

La razón por la cual es tan común esta odisea psicológica remite a la causa del enamoramiento. Una persona, mayormente del sexo masculino, primero siente atracción física hacia otra. La mujer, en
cambio, escudriña más en la inteligencia y autenticidad de quien le atrae. El enamoramiento entra en juego cuando el sujeto siente la posibilidad de compensación por parte de la otra persona hacia él. Es decir, una reciprocidad. Esa esperanza es lo que vuelve a uno loco de amor. En caso contrario, se da el mal de amor, uno de los peores sentimientos del mundo. Lo feo de esa sensación no es el golpe emocional en el momento que se da, sino el proceso para que el estado de pena se vaya. Como dijo uno de los más grandes poetas románticos, Pablo Neruda: “El amor es tan corto y el olvido es tan largo...”.

Lo más decepcionante es que todo este proceso romántico es producto de otro proceso bioquímico. El ‘software’ del enamoramiento está en el cerebro de todos nosotros. Solo hace falta que aparezca alguien y lo active. Por eso el amor es el tema más común en las canciones, desde sus inicios. Lamentablemente, el amor romántico presentado al público como libro, película o canción, es tan morboso como el sexo comercial. Esto es una pésima perspectiva que desvía el significado real del amor. Ya en el antiguo testamento se proclama: “El que canta canciones al corazón afligido es como el que quita la ropa en tiempo de frío o el que sobre jabón echa vinagre” (Proverbios 25, 20).

No es un secreto que todos buscan el amor, pero muchos, al encontrarlo, no logran que perdure como quisieran. Platón planteaba que los humanos estamos acostumbrados a buscar ser amados mas no a aprender cómo amar. Un error grave es ver la relación como algo que se trata de la satisfacción de uno mismo. Esto genera egoísmo y en consecuencia posesividad. Cuando el amor es puro, uno desea la felicidad al otro, así sea con otra persona.

Según Aristóteles, el amor se compone de una sola alma que habita en dos cuerpos. Por ello no hay que romper ese balance. El amor todavía sigue siendo un enigma para muchos. Jean-Jacques Rousseau explica lo espontáneo y extravagante que es utilizando como ejemplo las cartas de amor (hoy mails, inboxes o mensajes de texto). Él dice: “Las cartas de amor se empiezan sin saber lo que se va a decir y se terminan sin saber lo que se ha dicho”.

Es bueno enamorarse de chico para poder entender después esos sentimientos de grande. De niño te quedas en tu cama dando vueltas pensando en aquella persona, pues el amor da la sensación de que la realidad es mejor que los sueños. Es bueno aprender que el tiempo lo cura todo. El enamoramiento no desaparece mientras estemos prestándole atención. Ocurre cuando ya no esperas desenamorarte. Es simplemente darle tiempo al tiempo. Porque el amor es misteriosamente independiente de uno. Una sabia frase que envuelve el significado de esto, postulando que este fenómeno es algo autónomo y superior a nosotros, fue escrita por Cortázar: “Ven a dormir conmigo: no haremos el amor. Él nos hará”.

Esta columna fue publicada por Pedro Suárez-Vértiz el 17 de junio del 2017 en la revista Somos.

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