"Gatomanía", por Pedro Suárez-Vértiz. (Ilustración: Nadia Santos)
"Gatomanía", por Pedro Suárez-Vértiz. (Ilustración: Nadia Santos)
Pedro Suárez Vértiz

Son un fenómeno en las redes e Internet en general. Han desplazado en videos virales, portales y demás a los perros, monos y hasta a los mismos bebés humanos. La ‘gatomanía’ no es una moda. La química entre el gato y el hombre es milenaria. Se estima que el gato empezó su convivencia con los humanos con la aparición de la agricultura. Esta generaba el almacenaje de cereal y otros recursos que atraían pequeños roedores a los huertos. Detrás venían los gatos, su principal depredador. Desde ese entonces siempre se ha relacionado al ratón con el gato.

Los gatos reciben su nombre de lenguas siríacas –se les llamaba ‘qato’– y luego en italiano ‘gatto’. También se cree que el adjetivo latín ‘cautus’, que significa ‘astuto’, tuvo que ver en su etimología. No en vano el nombre inglés es cat. Curiosamente, en Egipto se le llamaba ‘miou’, por el sonido que hacen estos felinos. Los egipcios, y aquí empieza la gatomanía, adoraban a este animal sobre cualquier otro. Incluso te mataban si llegabas a hacerles daño. El gato era idolatrado debido a su belleza, gracia y sobre todo por mantener los almacenes limpios de ratas y serpientes. Así nace la domesticación de este pequeño felino.

Al morir, los gatos recibían un funeral de alto rango. Se han encontrado miles de ejemplares momificados del antiguo Egipto, con tumbas adornadas con ratones muertos y amuletos de las familias a las que pertenecían (sus integrantes se afeitaban las cejas en señal de luto). El respeto hacia los gatos era tal, que un rey de Persia llamado Cambises II tuvo la ocurrencia de atar gatos a los escudos de sus soldados para luego enfrentarse a los egipcios y poder conquistar la ciudad de Pelusio. Los egipcios no se atrevieron a contraatacar a los persas por miedo de herir a los gatos en sus escudos. La ciudad finalmente cayó en manos de los persas.

Cuando los griegos vieron el nivel de admiración de los egipcios hacia este felino, decidieron robarse algunos y llevárselos a Grecia para que se reproduzcan y luego venderlos. Primero admiraron su cualidad cazadora, pero luego lo adoptaron como un animal de compañía por ser más bonito y limpio que otras mascotas de ese entonces, como mofetas y garduñas. Tantos milenios de adoración a los gatos quizás tuvieron un efecto en sus genes y por ello son tan graciosamente altaneros pero amorosos.  

Hasta hace solo 100 años existían ocho razas de gatos. Luego, a mitad de siglo XX, creció el número a más o menos 30 hasta llegar a más de 100 razas hoy en día. El gato es un animal encantadoramente misterioso. No muestra muchas emociones a primera vista, pero sí las tiene y se las expresa de igual a igual a sus dueños.

Es uno de los animales más curiosos que existen y eso los hace muy graciosos, pues es divertido sorprenderlos con cualquier objeto en movimiento o que sea nuevo para ellos. Algunos datos interesantes son que no pueden mirar por debajo de su nariz, y eso que son reconocidos por tener buena vista. Incluso al ser casi 1/6 del tamaño de una persona, tienen 24 huesos más que los humanos, lo que explica su flexibilidad. También el gato, en promedio, duerme 16 horas al día y –sin subordinar a los canes– emite 100 sonidos versus los 10 que puede el perro. Su cerebro, además, es más parecido al de los humanos que al de los canes.

Un gato que vive solo en la calle puede llegar a vivir un máximo de cuatro o cinco años. Mientras que uno casero, que recibe mayor cuidado y sobre todo amor de sus dueños, puede llegar a vivir hasta 16 años. Esto demuestra que el afecto es fundamental para ellos.

¿Conocen a alguien que diga que no le gustan los gatos? Está mintiendo. Lo que en realidad quiere decir es que nunca tuvo uno en realidad. Hagan la prueba. No falla. 

Esta columna fue publicada el 09 de setiembre del 2017 en la revista Somos.

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