"No hemos aprendido", por Carlos Galdós. (Ilustración: José Carlos Chihuán Trevejo)
"No hemos aprendido", por Carlos Galdós. (Ilustración: José Carlos Chihuán Trevejo)
Carlos Galdós

El tiempo venció, la fecha límite llegó, se acabaron las excusas. Hemos postergado día a día hasta llegar al año número 25 y el resultado final es que todos, absolutamente todos hemos salido jalados en el examen de memoria. La flojera, la indiferencia y, lo peor, la amnesia colectiva nos superaron largamente frente al peor de los capítulos de nuestra historia: el terrorismo.

El cuco ha vuelto a aparecer esta semana con la reciente liberación de Maritza Garrido Lecca. Ahí sí todititos nos quisimos poner al día hablando del tema, presentando informes en la tele de cómo fue esa época, con lo que quedó aún más en evidencia que en nuestro país no nos pasa lo que nos pasa por las puras. Nosotros somos los gestores de nuestras desgracias y les damos vida una y otra vez desde ese dicho tan cierto: el olvido condena a la repetición del error.

En esto hemos fracasado todos, la sociedad, los políticos, el Estado. A lo más sagrado que tenemos, nuestros hijos, no les hemos contado nadita de lo sucedido, no tienen idea de quién es Abimael Guzmán, qué es Sendero Luminoso o el MRTA, o quién es Polay Campos. Los hemos dejado en manos del olvido para provecho de quienes desde las aulas en algún momento pretendan comerles el cerebro. Los políticos no nos han blindado con leyes que nos cuiden y prevean lo que hoy nos preocupa a todos y el Estado sigue teniendo muchos hijos huérfanos que en la partida de nacimiento son peruanos, pero en la realidad son invisibles. 

Los invisibles están en todas partes y solo por dar un ejemplo les contaré lo que a mí me tocó esta semana. Decidí hacer un reportaje sobre la tarea no aprendida y que es caldo de cultivo para el nacimiento de grupos terroristas. Uno de los elementos es la desigualdad social y no hay que irse a la sierra o a Ayacucho, donde nació el terror. Aquí nomás, a diez minutos del Jockey, como quien anuncia la venta de departamentos exclusivos en La Molina, al costadito, pasando un cerrito, están los invisibles de Villa María del Triunfo. Se han hecho famosos porque conviven con el muro de la vergüenza, que hasta sketch propio tiene en los programas cómicos de la televisión y aun así sigue.

La mayoría de vecinos del lugar son trabajadores domésticos de los que viven al otro lado del cerro, el cual prefieren transitar durante 40 minutos porque si lo hacen en transporte público, se demorarían dos horas y media en llegar al mismo lugar (el mundo al revés). Conversé con cinco vecinos y, a diferencia de lo que muchos podrían pensar, ellos no se sienten menos que sus pares molineros. Tampoco les tienen cólera porque tengan mejor situación económica. Lo que les martilla la cabeza como si fuera la peor de las migrañas es tratar de entender por qué allá al lado izquierdo del muro sí hay luz, agua y desagüe y al lado derecho no. “Aquí no viene nadie, caballero”, “estamos abandonados”. Y efectivamente lo están. Como si fuera poco, hasta el clima es tirano con ellos. Una espesa neblina los hace más invisibles. Se respira agua porque ahí la humedad llega al 100%. Las casitas de madera –en algunos casos con techo de calamina– son heladas. Pero eso sí, en donde no están los políticos ni el Estado la Coca-Cola sí está presente. Todo es muy raro, deprimente, desolador, desesperanzador. “En la época de elecciones vino ese señor que es de PPK, Gilbert Violeta, y nos prometió muchas cosas, pero hasta ahora nada”. 

A 15 minutos del Jockey. Pase, vea, caballero, que ahí están los olvidados. 

Esta columna fue publicada el 16 de setiembre del 2017 en la revista Somos.

Contenido Sugerido

Contenido GEC