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La corrupción y la deshonestidad no son inherentes a la naturaleza humana. Es un tema sobre el que ya se debatía en la antigua Grecia. Mateo y toda su generación merecen un futuro limpio de corrupción. (Foto: Somos)
Ana Núñez

Debe de haber sido uno de los primeros debates sobre lo que llamamos ‘corrupción’ en la historia de la humanidad. En aquel momento los términos estaban referidos a la falta de ‘honestidad’ o a la ‘injusticia’; hoy decimos ‘corrupción’ como un uso metafórico de lo que ocurre cuando algún elemento orgánico se descompone, se pudre, se corrompe. Era el año 400 a.C. aproximadamente y en la antigua Grecia Sócrates dialogaba con sus discípulos. El joven Glaucón cuenta entonces la historia del anillo de Giges: Giges es un humilde pastor que un día encuentra en el fondo de un profundo pozo un cadáver sin más prendas que un anillo de oro. El pastor decide llevárselo y poco después, mientras jugaba a girarlo en uno de sus dedos, descubre que este le podía dar el poder de la invisibilidad. Tan pronto se entera de ello, Giges concibe un plan malvado para ingresar al palacio real, seducir a la reina, matar al monarca y usurpar la corona. Y no solo lo concibe, lo ejecuta. La tesis de Glaucón es que todos los seres humanos somos Giges, corruptos por naturaleza, y que lo único que pone freno a nuestros apetitos es el temor a ser descubiertos y, por tanto, a ser castigados. La historia la recoge Platón en su obra La república.

La portada de este sábado en Somos: los niños, su educación y su inocencia, y la tarea de mañana para liberarnos de la corrupción en el Perú.
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La historia no termina ahí. Según narra luego Platón, con un poco más de fe en la humanidad, Sócrates refuta a Glaucón y sostiene que la vida es mucho mejor si es vivida de manera cooperativa, si buscamos el bien común y practicamos la honestidad. Pero lo más importante: no solo afirma que es más beneficioso vivir sin hacernos trampa los unos a los otros, sino que es posible que los seres humanos tengan esa conducta.

¿Entonces somos o no corruptos por naturaleza? La controversia entre la tesis de Sócrates y la de Glaucón subsistió durante miles de años, a tal punto que existen corrientes filosóficas que apoyan a una u otra posición. Pero ya no en la Grecia anterior a la era cristiana, sino en su oficina de la Universidad Católica, el filósofo Miguel Giusti desenreda la madeja: no existe la corrupción ‘por naturaleza’.

“La corrupción ética de ninguna manera es natural. Es, por supuesto, cultural, como lo son todos los hábitos. Incluso yo diría que naturalmente tenemos tendencias cooperativas, como se percibe en los animales que tienen vidas gregarias y que más bien tienden a la asimilación de hábitos comunes. Entonces, la corrupción –que es la decisión que toma un individuo de apropiarse de algo que le pertenece a todos– es algo contrario a la vida gregaria”, dice Giusti.

Desde el psicoanálisis, Jorge Bruce nos habla también de la corrupción como fabricación cultural. “Puede haber seres humanos que por ciertas disposiciones de agresividad o impulsividad puedan ser más proclives, pero nadie tiene una predisposición genética a la corrupción. Nadie nace corrupto”, afirma.

¿Por qué, entonces, sigue apareciendo Giges en la historia de la humanidad? ¿Por qué en el Perú tenemos a la mayoría de nuestros principales políticos procesados por corrupción? ¿Por qué elegimos funcionarios que ‘roban pero hacen obra’? ¿Por qué pagamos para que nos zampen adelante en la cola? ¿Por qué compramos celulares ‘de segunda’, eufemismo de ‘robados’? ¿Por qué hay padres dispuestos a dar dinero a cambio de que su hijo apruebe tal o cual curso? Que el que esté libre de ‘pecado’ tire la primera piedra.

La respuesta tiene múltiples factores. Giusti señala como uno de ellos que no se ha instalado adecuadamente en nuestra sociedad la noción del bien común ni los beneficios de que todos obremos en favor de este. “Todo lo que se roba por corrupción es algo que se ha robado a todos. Es difícil de percibir, pero esa es la verdad. Realmente lo contrario a la corrupción es el bien común. El respeto a lo que es de todos”, dice el filósofo especializado en ética.

Sobre este aspecto, Jorge Bruce pone un ejemplo. Con el paso del tiempo, la gente que se moviliza en auto ha comenzado a dejar libres las intersecciones de las calles. “De alguna manera y poco a poco –dice el psicoanalista– han entendido que respetar ese espacio y dejarlo libre beneficia a todos. Mañana puede ser, por ejemplo, la ambulancia donde vayas tú o tu papá la que no pueda pasar debido al atoro ocasionado por no hacerlo”.

En países como el nuestro, sin embargo, hay un factor que quizá dificulte poder percibir los beneficios del bien común: el mal funcionamiento de las instituciones de tal manera que pareciera que en muchas de las situaciones de nuestra vida diaria hace falta una ‘coima’ o un tarjetazo porque, de lo contrario, el sistema no va a funcionar.

Institucionalidad
“La corrupción se instala cuando un sistema no funciona y sus instituciones pueden ser infiltradas por ella en mayor o menor medida. Y no me refiero únicamente al Poder Judicial o a la Fiscalía, sino a todas aquellas en las que participamos los individuos, como las escuelas, las empresas, los hospitales, etc. En países como el nuestro, las instituciones que deberían luchar contra la corrupción incluso forman parte del problema. Por ejemplo, vemos a la Policía haciendo retenes ilegales en las carreteras y en la narices de todo el mundo. El mensaje que se envía a la sociedad es: aquí el que tiene un poco de poder lo puede utilizar”, dice Bruce.

Esta relación entre institucionalidad y corrupción se evidencia, además, en los rankings que realizan diferentes organismos. Los países con población menos corrupta son a la vez los países cuyas instituciones tienen un mejor funcionamiento: Noruega, Suecia, Canadá e Islandia, entre otros.

En resumen, agrega el psicoanalista, es necesario construir un país con oportunidades.

Ahora la pregunta más difícil de todas las que nos hemos planteado hasta ahora: ¿Cómo hacemos para que las futuras generaciones no vivan en un país como el que sufrimos ahora todos? ¿Hay alguna forma de evitar que sean contaminados por la deshonestidad? ¿Podemos, finalmente, matar a Giges?

EL EJEMPLO
“La conducta ética no se enseña de manera teórica. La conducta que el niño aprende no es la que el profesor o el padre le dan en un discurso, sino el ejemplo que ellos le dan con su conducta. Si el niño ve que quienes lo rodean son unos tramposos, entonces va a imitar y normalizar esa conducta. Incluso aprende el doble discurso: a defender las reglas éticas en público pero a evadirlas en privado”, afirma Giusti.

Por su parte, Bruce incide en la necesidad de ser claros en la sanción a los corruptos. “Si comenzamos a tomar medidas, como en alguna oportunidad se hizo al filmar a los policías que cobraban coimas, por ejemplo, eso será mucho más eficaz que el sermón. Que las personas sepan que pueden ser descubiertas y que eso trae consecuencias graves. Las sanciones son importantísimas, eso no se puede soslayar. Eso es a corto plazo. A largo plazo, insisto en que debe haber una educación que explique, forme y reitere una y otra vez que el bien común se sustenta en un comportamiento ético”, comenta Jorge Bruce.

La buena noticia de todo esto es que tanto el filósofo como el psicoanalista coinciden en ver “una luz de esperanza” en la reacción de la población al ver que ciertos políticos acusados de corrupción finalmente son atrapados y deben responder ante la justicia.

“Eso nos demuestra que no era verdad que la gente ya se había acostumbrado a la corrupción. Por el contrario, la gente está harta, enferma incluso, de tener que respirarla cada día”, sentencia Jorge Bruce.

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