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libros somos julio
Enrique Planas

Uno está acostumbrado a escuchar a un escritor decir que su último libro fue el que siempre quiso escribir. Sin embargo, el caso de Piedad Bonnett es distinto. Lo que no tiene nombre, importante reedición del conmovedor texto de la escritora colombiana, es, entre muchas cosas, un rito de despedida, un libro surgido por una necesidad imperiosa: comprender por qué Daniel, su hijo, se quitó la vida el 14 de mayo del 2011 arrojándose desde el quinto piso de su apartamento en Nueva York.

En tiempos en que la literatura parece estar escindida, por un lado la autoayuda básica y, por otro, relatos ligados a la inmediatez más periodística, la escritora colombiana asume una creación ensimismada y experimental, aquella que busca tocar los puntos neurálgicos. Así, en su centenar de páginas, la poeta y novelista va trazando las líneas de la historia de las últimas semanas de vida de Daniel Segura Bonnett, a quien se le diagnosticó esquizofrenia a los 20 años de edad. Uno se pregunta cómo, después de una circunstancia tan devastadora, una creadora puede tomar la distancia necesaria para escribir un libro como este.

La respuesta quizá tenga que ver con un propósito nacido de la responsabilidad literaria: saber que no se trata de escribir para uno mismo sino para los demás, dar la voz de alerta sobre lo que hacemos, o no hacemos, como padres. En sus páginas, encontramos grandes emociones, irreprimibles momentos de dolor, circunstancias en que el horror se precipita. Un ejemplo dramático: cuando Bonnett llega a la funeraria y ocupa la sala de espera sabiendo que el cadáver de su hijo se encuentra en una sala contigua.

Cuando buena parte de los ritos fúnebres parecen haber perdido su sentido, la literatura se erige como el único lugar donde podemos encontrar consuelo: hallar las palabras precisas después del llanto y compartir con el lector la gradual asimilación de la ausencia. //

SOBRE LA AUTORA
Piedad Bonnett (Amalfi, Antioquia, 1951) es novelista, dramaturga, crítica literaria y una de las más celebradas poetas colombianas. Donde nadie me espere (Alfaguara, 2018) es su más reciente novela.

Viaje, de Ralph Bauer
Lumen
Cuántas veces hemos imaginado personajes y paisajes en las formas y texturas de un muro despellejado. El diseñador alemán radicado en el Perú hace de la pareidolia, como se llama al fenómeno psicológico que consiste en poder percibir rostros o figuras en los lugares más insospechados, un motivo para un viaje imaginario. Bauer trata de volver a aquella fantasía infantil para sorprendernos con los detalles del mundo doméstico. Un libro para niños, pero también para el resto.

Una banca en el parque, de Jorge Eslava
Peisa
Un profesor gruñón, harto de sus monótonas clases y los recreos vacíos, descubre, en un paseo por el parque, a quien podría ser el amor de su vida. A partir de esta línea argumental, el entrañable autor limeño plantea una serie de encuentros y desencuentros, donde el romance se enriquece por la timidez y la paciencia. Ilustrado delicadamente por Beatriz Chung, el relato de Eslava, de latente poesía, no es otra cosa que una celebración de la vida y sus coincidencias.

Ajuar funerario, de Fernando Iwasaki
Páginas de espuma
Pocas veces coinciden en un libro de forma tan eficaz lo macabro, lo terrorífico y lo irónico. Desde su aparición en 2004, el libro de microrrelatos de terror de Fernando Iwasaki nos causaba repelús por su perspectiva siempre asociada más al monstruo que a la víctima. Quince años después, sus historias salen de sus tumbas transfiguradas como parte de un cómic oscuro, perverso y divertido, con las ilustraciones de Beñat Olea y el guion de Imanol Ortiz.

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