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Paracas
Álvaro Rocha

Eran las 6 de la mañana y un sol tibio adelantaba que se derretiría en pocas horas más. Milagros se desperezaba mientras desayunamos fruta y pejerrey arrebozado en el hotel Emancipador, antes de darnos una vuelta por este poblado, que, si bien ha crecido, no ha dejado de lado su identidad arquitectónica. Paracas es todavía un lugar apacible bajo las palmeras.

Eduardo Jáuregui, presidente de la Cámara de Turismo y Comercio Exterior de Paracas (Capatur), revela que luego del gran sismo del 2007 los alojamientos de Pisco colapsaron, por lo que la inversión turística se trasladó a Paracas. “Actualmente, allí se cuenta con unos 50 hoteles. El lugar recibe alrededor de 600 mil visitantes al año, diez veces la cantidad que hubo en el 2008”, explica.

José Rosas Zarich, ex piloto de pruebas, ex hacker y pionero del parapentismo en el Perú, es uno de los factótums de esta bonanza turística. Tiene un hotel, un restaurante y promueve ingresos creativos a la reserva nacional. Entre ellos, volar en parapente (Facebook: Paragliding Paracas) sobre el mar y las dunas, una experiencia casi mágica. Milagros estaba eufórica cuando bajó a tierra. “Soy un cóndor, soy un cóndor”, gritaba.

Por la tarde, tomamos la carretera que se dirige al sur para realizar el único trek permitido dentro de esta área protegida. Le dicen la ruta de las Sombras Doradas (Facebook: Paracas es aventura), un oxímoron entendible por su poderosa puesta de Sol. La caminata discurre entre El Playón y Mendieta. Andamos al borde del acantilado de formas inverosímiles. Observamos el océano infinito, miles de aves y la isla Panetón en lontananza. El viento gemía con voz de bruja y Milagros apenas podía mantenerse en pie. Hasta que llegamos a Mendieta, entonces el horizonte se convertía en una inmensa hoguera.

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